sábado, 7 de julio de 2007

Scarlett Johansson Gorda


Buscando por el google páginas sobre Scarlett Johansson, encontré un blog dedicado a ella que en una de las entradas, mostraba un artículo escrito por Carmen Posadas. En los primeros párrafos, en resumen, comenta que Scarlett está gorda, que tiene unas caderas anchas anticuadas, que solo le encuentran atractivo los hombres porque en realidad ellos las prefieren gordas y que quizás, lo único que tiene son unos labios gruesos (que también le disgustan) y cara de niña buena.
Me parece insultante que se escriban artículos de esta temática con la cantidad de enfermos por trastornos alimenticios que existen y cuyo número no para de crecer.
Por otra parte, me parece que esa señora debería o bien ver más fotos de Scarlett, o ver más películas suyas. Si sigue manteniendo que está gorda, creo que debería correr urgentemente a una óptica porque su vista está seriamente dañada. Uno de los aspectos que más me gustan del físico de Scarlett es que no evoca a la anorexia, a la delgadez extrema; es sensual, atractiva, bella y no es un saco de huesos andante. Ahora, en el caso hipotético de que estuviera gorda, ¿qué hay de malo en que los hombres la encontraran sensual y atractiva? ¿No sería eso un paso hacia delante con esa obsesión por los cuerpos perfectos que existe hoy en día?
Ahora, no quiero imaginarme la cantidad de chicas o mujeres que puedan tropezarse con ese artículo. Chicas que pueden estar ya acomplejadas por su físico antes de leerlo y, tras hacerlo, habiéndose comparado con Scarlett y dándose cuenta de que seguro que su báscula marca más que la de la actriz. Es un ánimo perfecto para superar sus complejos y aceptarse. Si Scarlett está gorda, ¿ellas que son?
Señora Posadas, hay muchísimas chicas que se operan para obtener un cuerpo como el de Scarlett Johansson. Hay muchísimas chicas que están más “gordas” que ella, y tienen un cuerpo estupendo y lo que menos necesitan es que se las llame gordas y que lean que es extraño que puedan atraer a los hombres. Voy a hacer una breve descripción física mía: caderas anchas (más que las de Scarlett), labios gruesos y no tengo ni un vientre plano ni unas piernas delgadas y bonitas. Así que, si Scarlett está gorda, yo estoy gordísima según su criterio. Que no es comprensible que mi novio esté conmigo y que le guste mi físico, a no ser que a él le gusten las gordas, claro. También le gusta Scarlett. Su teoría así se confirma, ¿no? Siento decepcionarla, también le gusta Avril Lavigne, una chica que está bastante lejos del adjetivo gorda (aunque Scarlett está a kilómetros también).
Por supuesto, tiene mucho sentido centrarnos en Scarlett solo para hablar de su gordura sin tener en cuenta que ella es actriz y que realiza su trabajo de forma estupenda. Pero eso no interesa. Interesa más asegurar que está gorda y criticar su físico y la atracción de los hombres por ella. No estoy a favor de la censura, pero no puedo apoyar la publicación de este tipo de artículos porque se falta al respeto y se puede dañar a muchos lectores. Pero eso no importa, es mejor hacer propaganda en contra de una mujer que triunfa y no solo por su físico, hacer un análisis de los gustos de los hombres y apoyar a las chicas delgadas. Claro que sí. Además, en todo tu derecho de hacerlo con ese físico tan esplendoroso que posees, ¿no Carmen? Ah, perdón, ¿molesta el comentario? ¿Que usted es escritora y tengo que juzgar su trabajo? Usted hizo lo mismo con Scarlett…y bueno, no sé como perdería más, si criticara su artículo o su físico. Y al contrario de usted, me parece fenomenal que atraigas a muchos hombres, porque estoy bastante cansada de prototipos de prejuicios en cuanto al físico que deberían de eliminarse ya para no permitir que más gente caiga en los infiernos de la anorexia y la bulimia. En fin, gracias Carmen Posadas por contribuir al fenómeno de la talla 34.

domingo, 1 de julio de 2007

Héroes

¿Qué pensaría un niño si viese a su héroe tirado en la calle, posiblemente ebrio, lamentándose por lo desastrosa que resulta su vida y proclamando que abandonará su clandestina profesión para seguir emborrachándose? O mejor dicho, ¿cómo se sentiría? Su modelo a seguir reducido a la vulgaridad de la debilidad humana, muy lejana a aquel elegante y fascinante heroísmo sobrehumano; destrozado, llorando y balbuceando como un niño que se ha perdido al soltarse de la mano de su madre y ya no la encuentra ni sabe cómo volver a casa. ¿Quién va a afrontar los problemas entonces? ¿En quién se fijará cuando necesite fuerzas para superar aquello que ve imposible por sentirse pequeño en un mundo demasiado grande? ¿Quién le resolverá las dudas y le ayudará si la fortaleza de su héroe se ha reducido a escombros? Se sentiría traicionado, decepcionado. Como si un católico muy religioso pudiera, de alguna forma, encontrarse con una prueba indiscutible de que su Dios no existe, que no es más que una invención de los humanos por el temor a estar solos en el mundo y a ser los dueños de sus propias vidas y de sus actos, deshaciéndose así de responsabilidades. Se sentiría perdido.
Probablemente, si ese niño ya crecido, cuando madurara y consiguiera superarlo, se topara de nuevo con su mito caído nuevamente, ya no sentiría rencor. Sentiría lástima, una lástima casi dolorosa por el fracaso que desprende ese pobre hombre que no ha sabido vivir ni asumir sus derrotas.
¿Y qué sucede cuándo ese héroe es tu padre?
Nunca vi a mi padre como un héroe, pero reconozco que cuando era más pequeña y también más ignorante, le admiraba. Le veía como a alguien demasiado distante, demasiado lejos de mí. Y me parecía un hombre muy inteligente, siempre andaba leyendo, cualquier cosa. Leía hasta las enciclopedias. Digamos que ese aire de desconocido que vivía en mi casa y su apariencia inteligente me ayudaron a crear una especie de mito que despertaba mi admiración por él. Claro, era demasiado pequeña como para ver realmente quien se escondía detrás de esos libros y si cuando hablaba lo que decía era cierto.
Entonces, crecí. Y en ese proceso de cambio, leí, empecé a pensar por mí misma, me informé sobre aquello que llamaba a gritos a mi curiosidad. Poco a poco, me di cuenta de que mi padre podía saber muchas cosas, pero eran simples datos que había memorizado o frases que había escuchado o leído de otros. Y que muchas veces, se equivocaba. No razonaba ni aceptaba opiniones ajenas, y cuando aportaba alguno de sus conocimientos en conversaciones, lo hacía con un deje de superioridad y una mirada expectante para ver la reacción de los ignorantes que le rodeaban. Supongo que lo que había aprendido era lo único de lo que podía presumir.
El tiempo y una serie de diferentes circunstancias me hicieron ver a mi padre derrumbándose ante el más mínimo hecho que alteraba la monotonía. Incluso los que no eran sucesos graves y solo requerían paciencia. La primera vez que vi a mi padre llorando desconsoladamente, me asusté. Las siguientes veces que lo he visto de esa manera, he continuado alarmándome. Ocasiones en las que yo he conseguido mantenerme serena y él ha sido un manojo de nervios e inseguridades. ¿Qué se supone que debía hacer? No podíamos cambiarnos los papeles, yo no podía asumir la condición de padre en mi familia cuando yo soy la pequeña. Nadie la ha asumido, es un puesto vacante. Es extraño cuando sientes que tu padre es mucho más frágil que tú y que puede romperse más fácilmente. Te deja completamente descolocada. Perdida. Como el niño que ve así a su héroe.
Un día, no hará mucho tiempo, yo estaba sentada en la misma silla que ahora, haciendo algo que no recuerdo pero que está relacionado con la pérdida de tiempo frente a esta pantalla. Me giré, sin motivo, y vi a mi padre sentado en el sofá, devorando con avidez un dulce como si no existiera nada más en el mundo, como si toda su vida dependiera de aquel alimento. Algo se rompió en mi interior, vi a mi padre como nunca antes lo había visto. Seguía observándole, como hipnotizada o atraída por una fuerza superior a cualquier resistencia que pudiera oponer, y él se levantó y se perdió por el pasillo, cigarrillos y cenicero en mano, andando con dificultad a causa de su dolorido cuerpo que sufría por su trabajo.
Fue como si en un instante, se desatara un diluvio terrible el origen del cual era una única nube que solo perseguía a mi padre y yo estuviera allí, contemplando el desastre sin poder hacer nada por evitarlo. No vi a mi padre, vi a un hombre fracasado, vencido por completo por la vida en incontables batallas. De pronto, todo lo que conocía acerca de la vida de mi padre, atacó mi cabeza como guerreros armados que dispararon sus flechas por sorpresa y al mismo tiempo: la pobreza de su infancia, un niño que no tenía ni juguetes, y los pocos que tenía, eran destrozados por sus hermanos pequeños recibiendo él el castigo por ello, siendo pegado por un abuelo al que nunca conocí; su interés por los estudios del que tuvo que olvidarse porque sus padres no podían pagárselos; toda su vida encerrado en el mismo cuarto de una fábrica, cobrando un sueldo más que mediocre por un trabajo duro y cansado, por el que sufría dolores, haciendo siempre que podía horas extra para no llegar tan asfixiado a fin de mes aunque nunca podía permitirse ningún capricho; su padre muerto; una relación horrible con sus hermanos, que estuvieron desde siempre fastidiando y a quienes a penas ve; su madre, ya vieja, que no hace nada más que acarrearle problemas y dolores de cabeza quejándose de la actitud de sus otros hijos y pidiendo a mi padre que hablara con ellos, lo cual siempre hacía que fuera mi padre el que saliera mal parado; para un verano que se va de vacaciones con mi madre, el segundo día uno de sus hermanos tiene un accidente de moto que faltó poco para resultar mortal y que amargó su viaje, por el miedo a no volver a verlo si moría y regresando antes de la fecha prevista; teniendo únicamente en este mundo a su mujer y sus dos hijas, una de las cuales, la pequeña, es una completa desconocida para él, que solo sonríe cuando está con otra gente, que se escapó un fin de semana de casa trazando una mentira, que él cree que es completamente infeliz y que no sabe que hacer para devolverle la sonrisa y solo siente que cada día la pierde más y más.
Era, sin duda, un fracasado. No había conseguido nada en su vida, solo problemas, disgustos, más motivos para desear marcharse de este mundo como alguna vez había manifestado entre sollozos. Y nuevamente, yo no supe qué hacer. Me sentía mal, me dolía y no me gustaba ser un motivo más de su fracaso. Si alguien me hubiera contado la historia de un hombre que fuera como la de mi padre, hubiera sentido mucha lástima. Pero era peor que lástima, o que simplemente no era solo eso. Porque no era un desconocido, era mi padre.
Muchas veces, después de aquel día, he vuelto a sentir lo mismo, quizás con menos intensidad y he pensado mucho en ello. Un niño superaría la caída en picado de su héroe, al fin y al cabo no mantenía lazos reales con él y cuando fuera adulto, incluso podría recordar su fanatismo con una sonrisa autocompasiva. Pero yo no puedo olvidar la desgracia de mi padre y lo que más me duele no es tener que vivir siempre ese dolor y esa impotencia, si no que él tenga que vivir con ello consciente de que es su propia vida la que siempre ha sido un mito en una decadencia imparable.

sábado, 30 de junio de 2007

Hombres y Mujeres

Las guerras no tienen justificación; ninguna. Están basadas en prejuicios o, mayoritariamente, en el acercamiento a ese señor del que todos quieren aprovecharse: ese conocido como dinero. Pero no en todas las guerras se usan armas ni corre la sangre, pero no por ello dejan de ser tan absurdas como innecesarias. La guerra entre los hombres y las mujeres, la guerra universal. Cierto es que, por los prejuicios infundados por esta guerra, si se puede haber derramado sangre en alguna ocasión extrema, pero son consecuencias del conflicto central. Y yo me pregunto, ¿qué sentido tiene mantenerla?
Los dos bandos juegan a lo que todo el mundo que lo hace con los prejuicios: se generaliza con los tópicos. Que si las mujeres son unas putas, que si los hombres unos cerdos… En fin, creo que no es necesario que siga porque todos los conocemos. Y bien, algunas mujeres y algunos hombres cumplirán con el prototipo, pero, ¿y los demás? Los que no lo sean serán rechazados antes de tiempo por esas etiquetas. Es como cualquier otro prejuicio con respecto a la raza, el estilo, los gustos… Deberíamos deshacernos tanto de uno como de otros.
Lo que me resulta gracioso son los que empiezan con sus himnos de “las mujeres son mejores” o “no, los hombres lo son”; y luego no aceptan el racismo. Están actuando de la misma manera. Además, que nadie es mejor que otro por ser de un sexo o de otro; al igual que no lo son ni por la clase social, ni por la raza, por poner unos ejemplos.
Tenemos que juzgar a la gente como personas, independientemente de su sexo en este caso. Olvidemos el envoltorio y centrémonos en la persona, que es lo que somos. Quizás, descubramos personas maravillosas que nos habríamos perdido si hubiéramos seguido esos prejuicios. Y no me sirve la excusa de las malas experiencias en las relaciones. Claro que se van a tener malas experiencias en las relaciones y nos vamos a equivocar, hasta que acertemos. Pasa igual con los amigos, y no veo a ningún chico diciendo que odia a los hombres solo porque sus amigos le hayan fallado; tampoco a ninguna mujer. Eso de agruparnos en dos lados e iniciar una guerra me parece bastante primitivo. Todos hemos pecado alguna vez de hacerlo, pero lo importante es si en realidad lo sientes y lo defiendes o si solo fue la rabia de un determinado momento y prefieres juzgarlos como las personas que son.
Creo que, por los tópicos y por ver a la gente como mujeres y como hombres y no como personas, surge la heterosexualidad o la homosexualidad. Eso y la influencia de la Iglesia, que aunque muchos no seamos creyentes, pertenecemos a una sociedad con muchos de sus valores y es algo que no podemos evitar; ya que, por ejemplo, en la antigua Grecia era bastante común la bisexualidad. Si pudiéramos ver a la gente como personas, nos podría atraer un abanico más amplio de sujetos. No nos fijaríamos en si es hombre o mujer, nos fijaríamos en la persona, nos gustaría la persona, no la mujer ni el hombre. Puede que no todo el mundo sea bisexual, pero desde luego, basándonos en vernos como hombres o mujeres, no podemos descubrirlo. Por suerte, yo me he desprendido de eso, y veo que me atraen los hombres que me gustan y que un hombre me guste físicamente no es motivo para que me atraiga; igual me sucede con las mujeres: con una chica que no me interesara nada como persona, no podría hacerlo como otra cosa, pero una que sí que me gustara como persona, ¿por qué no puede atraerme?
Supongo que intentar pedir paz en esta guerra tiene el mismo resultado que desear la paz mundial. Pero al menos, siempre queda el intento. Apoyo los movimientos feministas que piden la igualdad que en realidad compartimos, no hombres y mujeres, si no las personas.

lunes, 18 de junio de 2007

Ingenua

-Qué ingenua eres…


Aún resuenan en mis oídos sus palabras y otras palabras dichas hace siglos en apariencia, dichas en una situación que parece de una vida anterior y no de la presente. Y ese tono despectivo al pronunciar la palabra “ingenua” y como todos se manchan la boca asegurando que este es el mayor error de mi vida cuando yo sé que es el único acierto de mi vida, como un regalo caído del mismo cielo como puedo creer si en mi interior habita el alma de un niño huérfano y pobre que se encuentra con un tesoro: su lapicero. Alguien sin corazón cegado por ese extraño gusto de algunas personas por destruir las ilusiones de los demás para que la infelicidad de su miserable vida no pese tanto y no sean los únicos desgraciados. También le podrían haber llamado al pequeño Gerard ingenuo. O a Chris por creer en un lugar mejor. Pero Chris consiguió su cielo. Y yo consigo el mío propio.
Lo que duele no es la duda que creen que siembran con su juicio a ciegas, con las mismas referencias que tendría un ciego para afirmar de qué color va vestido el acusado. Lo que duele es en este caso la autora de la sentencia, mi madre. Mi padre dijo cosas parecidas, ya no solo creyendo que sabe lo que él siente si no que también se creía poseedor de la verdad absoluta sobre mis sentimientos cuando sabe tan bien como yo que de mí solo conoce la corteza y ni eso en ocasiones, cuando siente que es como la piel mudable de una serpiente.
Siempre están preocupados por mi felicidad, por mi sonrisa perdida. Aunque les duela, aunque tengan miedo de perderme… ¿No se dan cuenta de que con su actitud sí que me pierden por completo? ¿No ven que cuando hablo con él sí sonrío? Es más sencillo pensar en la infelicidad que mi felicidad les produce. Si me tuviera que llevar una decepción, me la tendría que llevar por mí misma, aprendiendo sola de los golpes: es ley de vida. No pueden protegerme de un presunto enemigo que desconocen y que está más cerca de mí y de mi alma de lo que ellos lo han estado en toda mi vida.
Quizás, deberían pensar que se equivocaron desde el principio, aunque ya sea tarde para rectificar. Mi padre debería pensar que si no me conoce, tal vez sea porque nunca en su vida me ha prestado atención, ni siquiera cuando era pequeña, que nunca me ha preguntado por nada ni se ha interesado por nada relacionado conmigo, que no pasaba tiempo conmigo, que ni era capaz de acertar a qué curso iba. Que no se daba cuenta de que su hija pequeña jugaba sola siempre y se tumbaba en la cama de su habitación esperando a que alguien iniciara una conversación, mientras él solo se ocupaba de sus cosas, en una habitación aparte. Que nunca me preguntó… hasta que se dio cuenta de que me había perdido del todo y que su hija era una completa desconocida que tenía problemas o motivos suficientes como para largarse lejos sin dar explicaciones y sin mirar atrás; entonces el miedo se apoderó de él y desde entonces vive presa del pánico. Pero yo he vivido sola con ese miedo diecisiete años, y mi padre no me cogió la mano. Mi madre, por su parte, debería pensar que el tiempo que pasaba conmigo, aunque a ella le pareciera suficiente y tal vez sí lo fuera, no estaba empleado de forma correcta. Debería pensar que si me alejé de ella y dejé de contarle lo que me ocurría y lo que me preocupaba, fue porque cuando se lo contaba, se reía y no me daba una solución, me decía que cuando fuera mayor pensaría como ella: que eran tonterías. Estoy de acuerdo en lo último, eran tonterías. Eran tonterías para alguien mayor, pero entonces yo era una niña y necesitaba la ayuda de mi madre, yo no era mayor como para considerar que mi gran problema era solo un rompecabezas fácil de resolver. Debería pensar que le ocultaba lo que hacía, porque siempre estaba prohibiéndome cosas, hasta divertirme, algunas razonablemente, otras sin sentido alguno que me privaban de mi felicidad y de poder disfrutar. Debería darse cuenta de que no me entiende porque me prohibió ser como soy y no podía mostrarle a mi madre mi cara oculta que la haría avergonzarse y por la cual me gritaría. Debería ser consciente de que siempre ha intentado cambiarme en todos los aspectos para que fuera como ella quería que fuese, y no como era yo y que ese no es el apoyo que una hija espera de su madre.
Yo siempre quise que estuvieran orgullosos de mí, y me esforzaba por conseguirlo, aunque tuviera que mentir o llorar a escondidas, pero para ellos tenía que ser perfecta.
No pueden ponerle barreras a alguien que sueña con volar, no pueden establecer prohibiciones basadas en la intolerancia mente conservadora y su negativa a escuchar otra opinión a alguien que cree y defiende la libertad del ser humano por encima de todo y la tolerancia, a alguien que quemaría todas las banderas por el mestizaje y haciendo arder con ellas esas estúpidas posturas fascistas, a alguien que disfruta razonando y escuchando las aportaciones del resto, a alguien que no puede soportar no poder mantener una conversación, a alguien que no aguanta que los que se creen en posesión de la autoridad abusen de ella para callar las voces de sus sometidos, a alguien que siente que tiene mucho que decir pero que no la escuchan. Se equivocan. Se han equivocado siempre. Y yo mientras cuento los días para salir de esta prisión, para respirar un aire que no esté viciado por la infelicidad.
Y creen que están en lo cierto, que yo soy la ingenua. Y no son los únicos que piensan así. Es tan fácil juzgar con los ojos vendados… Así no ves las lágrimas del juzgado a quien le estás robando lo que le alimenta el espíritu y hace volar a su alma. Pero un día las lágrimas quedarán atrás. Mi ansiada libertad. Porque todo llega, sea la espera interminable o fugaz. Entonces nos intercambiaremos los papeles. Cuando ellos me vean salir por la puerta, cuando el resto me vea marchar de este infierno de calles de muertos vivientes, cuando yo ría y no deje de hacerlo, cuando no necesite una escalera para alcanzar el cielo; entonces, quizás se den cuenta de todo, cuando yo sea libre y ellos sigan amargados en su cárcel de existencias vacías sin proyectos ni de futuro ni de presente, de que los ingenuos eran ellos y que yo lo fui por creer de niña que en mis padres encontraría el refugio que necesitaba. Y a lo mejor se den cuenta de que deberían aprender de niños inocentes con esperanzas y sueños como Chris y Gerard, por muy ingenuos que puedan parecer.

miércoles, 13 de junio de 2007

El Juego Del 8

Se trata de contar 8 cosas de uno mismo. Además de las 8 cosas tiene que escribir en su blog las reglas.Por último tiene que seleccionar a otras 8 personas y escribir sus nombres.Por supuesto no hay que olvidar dejarles un comentario para que se enteren de que han sido seleccionadas para este juego.

1- Soy la inseguridad y la inestabilidad emocional personificada, pero no lo aparento. No confío nada en mí misma, mi autoestima simplemente no existe, la mayoría del tiempo no me soporto y tiendo a pensar que a los que más quiero, tampoco me soportan a veces. Mis altibajos emocionales son incontrolables desde hace dos años, en algunos momentos, cuando llego a desvariar, me siento demente. Pero, la gente tiene un concepto opuesto de mí.
2- La gente tiene un concepto equivocado de mí porque yo deseo que sea así. No puedo evitar actuar y mostrarme muy fría, porque no me fío de la gente, ni me gusta que me conozcan; aunque soy extremadamente sensible. En cambio, mi novio y una chica a la que yo considero mi hermana, me conocen muchísimo y me gusta que lo hagan. Y es curioso, porque la gente que no me conoce me ve a diario; ellos dos están lejos de mí y apenas nos vemos.
3- Mucha gente me aconsejó ir al psicólogo y me asusta porque no quiero que cambien nada de mí, ni una pequeña parte, ni tampoco quiero que alguien me analice, ni me juzgue, ni conozca lo que siento y por qué. Sé que es un poco contradictorio, porque si no me gusto, quizás cambiar no sería una mala opción. Pero la persona imperfecta que soy es la que me brinda la oportunidad de liberar mi necesidad de expresarme a través de la literatura como yo quiero hacerlo; y no quiero perder mi esencia. Mi bolígrafo es mi terapeuta, gracias a él he conocido cosas de mí misma que sin su ayuda habría sido imposible descubrir.
4- Creo que mis defectos y mi pesimismo tienen solución gracias a mi novio, que aporta la otra cara y me ayuda a sonreír siempre. Es él quien me ha enseñado lo que es la felicidad y que la vida puede ser maravillosa. Y no soporto que la distancia, mi edad y la decisión de mis padres nos tenga que mantener separados y pueda estropear lo mejor que me ha pasado en la vida; es demasiado injusto.
5- Me encanta callarme y observar en silencio cómo se comportan los demás, conocerlos a través de sus gestos, sus palabras, su forma de actuar.
6- Me asusta muchísimo no conseguir nada en el mundo de la literatura, no puedo imaginarme un futuro que no esté relacionado con ese mundo. Y, si no me incluyeran en él, sé que no pararía de escribir porque es una necesidad, pero creo que acabaría siendo una escritora frustrada y depresiva con sus adicciones.
7- Me apasiona, además de la literatura, la música y el buen cine; y el Romanticismo. Me siento una romántica, sin ese sentimiento nacionalista. También me gusta mucho el movimiento punk, aunque odio que me etiqueten como una de ellos porque no lo soy; directamente, odio que me etiqueten.
8- Me gustaría que la anarquía no fuera una utopía; defiendo la libertad, la tolerancia. Odio a los políticos, a los reyes, a los militares y a los curas.

Nomino a jugar a Rockstar, a Cath, a Han, a Munlight_Doll, a ese Alex que me firma y desconozco quien es oO por curiosidad xD, a Heathcliff, a Monika, y a Eif(mihiii^^).

domingo, 10 de junio de 2007

Cuentos De Hadas

Hay muchos que se atreven a afirmar que ni los cuentos de hadas ni la magia existen. Algunos lo aseguran desde la insatisfacción de sus vidas, negándose a aceptar que pueda existir una alternativa, hundiéndose más en el pozo de su miseria y siendo ellos mismos lo que rechazan la cuerda para salir allí; y negándoles así al resto la felicidad, destruyendo las ilusiones de otros, incapaces de desearle a alguien alegría si ellos sufren.
Otros, además, se crecen cuando pronuncian esas palabras, pensando que de esa forma dejan a un lado la niñez y se convierten en adultos maduros, juzgando como niños inmaduros a quienes sí creen en la magia y en los cientos. Pero se equivocan, solo se deshacen de la inocencia y de todo lo que puede ofrecer ese sentimiento; la madurez no es no creer en lugares mágicos.
Siempre pensaré que el equilibrio perfecto es ser un adulto con alma de niño. Tener la cabeza fría y en el sitio cuando la situación lo precise y actuar de forma madura; y saber también cuando puedes cambiar, liberarte de las obligaciones, reírte, jugar, soñar, inventar, saber aprovechar cada detalle asombroso que la vida te regala. No creo que J.M. Barrie fuera inmaduro y, sin embargo, Nunca Jamás ocupaba un lugar muy importante en su vida.
Mientras lo real no se confunda con lo fantástico, ¿dónde está el problema?
Además, la magia puede entenderse de muchas formas. No es necesario que un hada madrina convierta una calabaza en un lujoso carruaje para que la magia esté presente. A lo largo de nuestra vida, hay momentos mágicos, incluso personas mágicas que parecen poseer el secreto de la fantasía en el brillo de sus ojos. La realidad supera la ficción, dicen. Quizás no en todos los casos, pero sí en muchos. ¿Y no es mágico el simple hecho de intercambiar una mirada con alguien y que no hagan falta palabras para que se digan todo lo que necesitan decirse? ¿Y no es mágico sentir que se está en el cielo solo con los besos de alguien?
Personalmente, yo jamás iría diciendo que ni las hadas, ni los cuentos, ni la magia existen. Creo que sería más capaz de afirmar que sí existen. En la imaginación, en la fantasía, pero existen. El problema es la importancia que la gente le conceda a la imaginación y si subestiman su poder. ¿Y no es precioso poder crear y soñar con ese mundo que todos hemos deseado visitar cuando éramos niños? ¿Y no es maravilloso inventar nuestro propio cuento y soñar con él?
No soportaría ver a mis hijos pequeños diciendo cosas semejantes. Me encantaría que amaran las historias, que yo pudiera contárselas, que fueran inocentes y creyeran en la magia, que desarrollaran la imaginación, que se emocionaran, que pensaran por sí mismos. Que a una determinada edad comprendieran que Campanilla no va a entrar volando por su ventana, pero que ellos van a seguir teniendo alas y que no se sintieran engañados, que continuaran soñando con Campanilla y creyeran en otro tipo de magia sin trucos. Además, es un magnífico refugio de una realidad demasiado dura cuando se es niño, cuando un niño no vive en las condiciones de un niño. Si no sueña, si no tiene esperanza, si no cree en las historias mágicas y en la posibilidad de convertirse en el protagonista de una de ellas, ¿qué le queda? Una infancia destruida antes de tiempo…
Confieso que yo sigo disfrutando con Peter Pan, con los relatos de Edward Bloom, con el reino de Fantasía y su hermoso y majestuoso palacio de marfil donde descansa la Emperatriz, con otros cuentos como La fosforera, con historias que leía de niña sobre duendes a rayas, sapos que jugaban a ser detectives, piratas y vampiros buenos; u otros cuentos visuales de niños grandes con tijeras en las manos o de esqueletos y seres horribles en apariencia pero bondadosos y tiernos en el fondo. Y disfruto, sobre todo, creyendo en eses mundos mientras vivo esas historias y deseo ser uno más de ellos.
Mientras los demás niños soñaban con comprarse ese nuevo juguete que tenían todos sus amigos; yo, sola, soñaba con ir a cada uno de esos lugares bajo la bandera pirata de mi barco, sintiendo que ellos eran unos amigos que me enseñarían mucho y que nunca me defraudarían.
Tengo en mi mente dos ideas que tratan de seducirme para que las convierta en cuentos. Y sé que no me resistiré a su encanto y que, probablemente, no las escriba para los niños en general, si no para esa niña solitaria y soñadora que siempre seré.
Muchos seguirán diciendo que todo eso es una farsa, que nada existe, que es para niños. Les compadezco si no pueden volver a ser niños, les compadezco por querer guardar la apariencia y crearse una mentira que ellos mismos creen, porque seguro que la mayoría de ellos serán de los que lloran o se emocionan con películas como Descubriendo Nunca Jamás o Eduardo Manostijeras.
Les compadezco por sus tristes vidas y por su hipocresía. Yo mientras tanto, cambiaré de rumbo desde mi barco, dejándome llevar hasta un nuevo mundo mágico por descubrir, guiándome por la intuición de Peter que me sonríe desde allí arriba, junto a Campanilla y nuestra bandera pirata de paz.

viernes, 8 de junio de 2007

Cierra los ojos

Cierra los ojos y piensa en todo lo que posees y todas las personas que forman parte de tu vida. Piensa en tu habitación, tu santuario; en tu hogar, amplio, cómodamente amueblado; en tu televisión, que te deleita con la visión de tus programas favoritos; piensa en tu ropa, en tus discos, en tus libros, en tu coche si es que eres suficientemente afortunado o desdichado como para tener uno, en tus caprichos hijos de las nuevas tecnologías o nuevas modas que te convierten en un consumidor empedernido. Piensa también en tu familia, en los ratos agradables que has pasado junto a ellos, en tu infancia, en tu adolescencia, en las reuniones de asistencia obligada, en ese familiar tuyo que te sirve como referencia para situarte en el mundo y en esa familia, en tus padres, en las travesuras en las que tus primos y tú erais cómplices, en toda una vida viéndoles unas veces con más frecuencia que otras; piensa en tus amigos, en tu pareja o en tus anteriores relaciones, en los momentos de borrachera o de llanto que pasasteis juntos, en cómo cambiaron tu vida, en los abrazos que te dieron justo cuando más necesitabas sentir que le importabas a alguien en este mundo. Piensa en cuánto tiempo has desperdiciado, cuántas oportunidades perdiste, cuántos días tirados a la basura sin aprovechar nada de lo que tienes, en los errores que cometiste y a los que no pusiste remedio, en el tiempo malgastado pensando en lo estúpido que fuiste en lugar de reparar el daño y evitar convivir con ese arrepentimiento toda tu vida. Y ahora, piensa que, de la noche a la mañana, sin aviso previo ni explicación lógica, lo pierdes todo. Absolutamente todo. Tu vida se transforma en una pesadilla, en un juego macabro sin reglas en el cual se permite torturar al perdedor. Y la mayor tortura es el dolor más intenso, el dolor de un alma al romperse; es la soledad, es la pérdida de cualquier motivo para seguir viviendo. Pero tienes que hacerlo, hiciste una promesa que no eres capaz de romper. Si tu imaginación te lo ha permitido, tal vez hayas sentido una punzada de miedo o de reflexión triste al pensar en esa idea tan terrible, el peor castigo que un hombre podría recibir. Entonces, ya conoces una ínfima parte de lo que significa ser yo. Porque nunca, por muy poderosa que sea tu imaginación y por mucho que cuente al detalle, sabrás lo que yo sentí el día en el que mi vida acabó y mi cuerpo y mi mente enferma seguían condenados a vagabundear moribundos por la tierra.

martes, 5 de junio de 2007

Nunca Tendré Zapatos Nuevos

Este escrito tiene como un mes, pero me acordé de él hoy.. Es uno de esos escritos a los que los llamo paranoias. Pero las paranoias tienen un encanto que aún no he logrado definir.


Hoy es mi día. No he hecho nada grandioso, pero ya he hecho más de lo que aquellos que se ganan el respeto y el reconocimiento de las masas han hecho en su vida. Su estúpida careta es repugnante, pero lo es más aún su vulgar actuación. Es como si Britney Spears interpretara a Wendy en Peter Pan y el papel protagonista estuviera reservado para Michael Jackson. Un insulto.
Es uno de esos días en los que converso con mi mejor amigo y hago lo que mejor sé hacer: dejar que una cara oculta de mí se descubra al ritmo que el bolígrafo marca moviéndose con prisa por el papel, ansioso por escribir la próxima palabra. ¿Y soy buena en esto? ¿Destaco? Eso hoy no importa. No me importa ser brillante o no porque el mundo hoy se ha rendido a mis pies. Es todo una farsa y voy a ser yo quien corra la cortina y desvele la mentira. Mi mariposa sigue aleteando y me presta sus alas para volar. El tiempo es mío, le estoy desafiando; querrá matarme, envejecerme, destruirme, pero yo voy a vivir para siempre porque tengo alma y me estoy encargando de que permanezca intacta. Ellos no tienen alma, la vendieron por una vida cómoda y unos zapatos nuevos. Yo siempre he sido de las que prefiere andar descalza y sentir el frío del suelo en mis pies desnudos. Es una sensación parecida a la de la lluvia muriendo en mi piel. Y la adoro. Me hace recordar que sigo viva y que puedo sentir. Nunca tuve nada, pero lo he tenido todo. Mi vida, mi alma, mi camino.
Me salí del camino establecido, lo tenían todo preparado para mi llegada. Una estrella siempre se hace esperar y si es una que rompe con los moldes además sufrirá el rechazo de los más conservadores que necesitan que su vida esté igual de controlada que la programación televisiva que invade sus vacías existencias. Les he acarreado más de una decepción, pero estoy orgullosa de mí misma y a la hora de enfrentarme cara a cara con la muerte supongo que eso es lo que importará. Importará no haber estado muerta antes de tiempo.
Hoy tenía la moral por las nubes y me parecía divertido mi desdoblamiento de personalidad, mi paranoia de jugar a ser demente. Me obligué a mí misma a crearme una personalidad nueva que suplantara a la mía y así nació Jill, mi carta de presentación. Claro que yo también soy Jill, no es solo una invención, y hoy lo he sido más que nunca.
He creído en mí y en esta manía mía de escribir que ya se ha convertido en mi vicio. Jill es impulsiva, atrevida, se guía por su instinto porque sabe que de cualquier manera saldrá victoriosa. Jill es la rabia que corre por mis venas y siente la de la voz de Johnny Rotten como la suya propia. Jill es la defensora de su ideología basada en utopías, libertad, igualdad, tolerancia… Jill es la culpable de que me apetezca seducir a una botella de absenta o de ron y hacerla mía. Pero Nuri ha hecho acto de presencia y el orden y la estabilidad que Jill impone se ha tambaleado.
¿Cómo puede bajarte la moral la niña esa? Es artificial, es un producto, es falsa, es una marioneta, no tiene talento, no brilla. Ese brillo que desprende es por los focos y el nuevo maquillaje que le han obligado a usar. Debería subírtela. A tus diecisiete años has demostrado tener más cabeza, ser más sincera que ella, tienes algo que decir y sabes cómo hacerlo. ¿Qué importa si a ti nadie te sigue y ella tiene a su legión de admiradores? Son tan vacíos como ella… y Jesucristo también tenía sus seguidores. Ella es solo una cara bonita y tú siempre has despreciado los envoltorios chillones.
Soy fiel a mí misma, sé quien soy. ¿Puede decir lo mismo ella? Ella es una contradicción y yo… es cierto, existen dos polos opuestos en mí, pero Jill sin Nuri no podría existir. Y Nuri sin Jill se habría derrumbado hace mucho. El negro del ying-yang necesita a su blanco.
Me encanta inventarme este tipo de juego y esperar a que mi subconsciente mueva ficha. Si fallo, podré echarle la culpa a otro y no cargar con el peso del remordimiento. No hay por qué escandalizarse, es lo que los personajes más populares hacen a diario. Yo solo soy una fiel servidora de mis sueños, esos sueños que prometen esperanza y sin los que no sería quién soy, esos que me mantienen ausente y dormida estando despierta; y alerta, despierta estando dormida.
El tiempo de los lamentos se ha terminado, comienza la era de la vida en toda su esencia. Sentir, llorar, reír, reflexionar, olvidar, recordar, amar, gritar, soñar, crear… Si me hubiera adaptado a mi molde, solo podría respirar el aire de los bendecidos con la suerte del ganador, ese a quien ayudan a ganar mediante trampas, que no usa su ingenio ni su esfuerzo porque no sabe lo que es sudar, solo tiene montones y montones de zapatos… Y es que, es tan aburrido ganar siempre. De vez en cuando, una derrota reconforta. Y una victoria, es mucho más dulce cuando se ha sufrido antes. Es como probar una cucharada de zumo de limón sin añadidos y después morder un pedazo de chocolate. El chocolate nunca había estado tan delicioso. He sido maldecida con la mala suerte de quien vive, porque quien vive, irremediablemente, pierde y fracasa, pero los éxitos son infinitamente más satisfactorios como orgasmos de felicidad prolongados.
Apostar es divertido. A Jill le apasiona, a Nuri le asusta. Pero ante la duda, siempre estarás tú. Algún día tienes que explicarme por qué te pasaste a mi bando, dicen que los locos no somos la mejor compañía. Pero lo siento, ponme una camisa de fuerza si quieres, pero la locura es una forma de vida. No hago distinciones entre loco y genio. Loco es solo un adjetivo creado por el miedo de aquellos que lo sienten ante la novedad, ante lo diferente, antes de que los domine, antes de intentar comprenderlo, le cuelgan la etiqueta y se deshacen de él. Así, están a salvo del contagio. Yo quiero contagiar mi locura y no habrá nadie que consiga pararme ni callarme…
¿Apuestas? ¿Juegas? Pero ten cuidado, no me pises porque recuerda que ando con pies descalzos; nunca tendré zapatos nuevos…

sábado, 2 de junio de 2007

Desmontando a Harry

Ver Desmontando a Harry, de Woody Allen, supuso un viaje a través de mí misma, de temores reencontrados en el camino y dudas e inseguridades que asaltan sin cesar. Supuso desmontarme a mí misma.
A Harry, muchos, le acusan de loco. Imagino que habrían hecho lo mismo conmigo si hubieran escuchado mis explicaciones en cuanto a mis visiones en las que personas normales y de carne y hueso se transforman ante mis atónitos ojos en personajes de relatos o de novelas, y en mi cabeza se sucede una serie de imágenes pertenecientes a la vida de ese nuevo ser al que yo inconscientemente le he dado vida. O se extrañarían tal vez si les dijera que yo me siento solo como una retransmisora, que yo no creo a mis personajes, que ellos vienen a mí, con nombre y vida propios, y me hablan, me cuentan lo que quieren que el mundo sepa por las palabras que yo redacte gracias a sus discursos. Seguramente huirían aterrados si les confesara que tras ver esa película, estuve conversando conmigo misma durante casi media hora en voz alta como si estuviera liberándome de mis frustraciones y de mis demonios personales con otra persona, ya que no me hablaba a mí, le hablaba a alguien.
Harry es un fabuloso escritor. Y este es el único aspecto de su vida brillante. Sus obras están inspiradas en hechos reales de determinadas etapas de su vida y los personajes son personas de carne y hueso, modificadas por su punto de vista. Si a un grupo de conocidos, nos dijeran que describiéramos a la misma persona, un amigo o enemigo en común, seguro que muchas redacciones darían la impresión de estar hablando de personas completamente distintas. Todo depende del enfoque que le demos y la interpretación que nuestra mirada inexperta le atribuya a las imágenes. Sus personajes, o bien son él bajo la apariencia de otros o bien son el reflejo que su mente ha otorgado a personas que han pasado por su vida; por lo cual, todos tienen algo de él. Creo que eso nos pasa a la mayoría de los que nos dedicamos a escribir. Al menos, a mí también me pasa. Es inevitable, sobre todo porque muchas veces no somos conscientes de ello.
La vida de Harry, por regla general, destaca por el desastre caótico que supone, empezando por sus relaciones, pasando por la relación consigo mismo y acabando por su dependencia a las pastillas, a los psicólogos y la tendencia a aguantar más fácilmente con alcohol en el cuerpo. Es una típica descripción de un escritor, el escritor maldito: insuperable en su obra y un infeliz en su vida.
Siempre que he intentado imaginar un final para mí, como si yo fuera un personaje más, acababa de forma semejante. He notado indicios de esa locura progresiva y a estas alturas, negarme mi inestabilidad sería como mirarme al espejo e insultar a la estúpida que se ha colado por medio y que se burla de mí imitándome hasta en el más mínimo gesto y que me impide verme reflejada. Cómo decirlo… no me siento una persona normal. Ni creo que sea diferente ni especial, simplemente me siento extraña. Creo que vivo demasiado lejos de aquí, que no vivo en el mundo real. En cualquier momento puedo abrir los ojos y ser consciente de lo que sucede a mi alrededor en el plano terrenal, pero me gusta mantenerlos cerrados o entrecerrados y darle un significado distinto a lo que veo, como si tuviera delante de mí los futuros protagonistas de mis escritos.
Uno de mis problemas es que siento que en una novela encajaría a la perfección, en cambio siento que en el mundo real sobro. Pero no puedo pretender encajar en la realidad cuando no la acepto y prefiero la fantasía y la alternativa de un mundo en el que las cosas sí pueden cambiarse. No puedo pretender encajar en la realidad cuando no me acepto a mí misma. Si no me acepto a mí misma, no puedo pretender aceptar lo que me rodea que me es desconocido y demasiado diferente y lejano.
No es que no comprenda por qué no me acepto, pero admito que solo son suposiciones y que todo me viene de muy lejos y que intuyo el origen. Y me aventuro a situarlo en mi infancia y el gran rechazo que sentí, que a su vez produjo un terror a la gente y a su reacción con lo cual nació una inseguridad que aunque trate de disimular, me domina por completo. Soy inestabilidad pura. Me sereno y hago las paces conmigo misma cuando escribo, cuando fantaseo. Cuando puedo modificarme hasta a mí misma o puedo vomitar el veneno que me correo por dentro en lagunas de tinta. Sufro altibajos emocionales incontrolables de los cuales la mayoría desconozco el motivo. Soy capaz de mantenerme tranquila y afrontar una situación dura con frialdad sin dejarme llevar por mis emociones y en cambio soy propensa a derrumbarme por cualquier tontería. Y esa manía a pensar que soy la culpable de todo lo que sucede y que me merezco cualquier cosa que pase, y sentir que prefiero llorar a escondidas antes que saber que otra persona a la que quiero lo está haciendo. O a sentir que lo bueno que me pasa, es simplemente un golpe de suerte, que no me lo merezco y que en cualquier momento, si la suerte cambia, puedo perderlo porque en realidad no me pertenecía. Solo consigo el equilibrio y me convenzo de lo contrario si escribo. Soy dependiente. Mi vida, salvo la escritura como en el caso de Harry, es un vaivén imparable de caos. O lo sería, sin él. Solo consigo ser estable si sé que le tengo. Cuando le perdí una vez, volví a convertirme en lo que fui antes de que apareciera por sorpresa en mi vida, volví al caos, a la inestabilidad y a la dejadez absoluta. Sinceramente, no es que me importe especialmente lo que me suceda. Solo le doy importancia ahora porque sé que a él sí le importa. Sin él, tal vez pasaría las tardes por ahí, con mi sonrisa estudiada y falsa, mi mirada inexpresiva y tan vacía como yo, disfrutando con las actuaciones, con la autodestrucción y maldiciendo por dentro al mismo tiempo por la insatisfacción de mi existencia y por todo lo que me rodea y por mi infelicidad.
En muchas ocasiones, me siento presa de una locura esquizofrénica. El otro día, cuando reflexioné sobre esto, me sentía demente. Me escuchaba a mí hablarle al aire e imágenes inesperadas de alguien desconocido que puede que vuelva a hacerme una visita ya con identidad propia rogándome un rol en un relato aparecían en mi mente. Y unas sensaciones inexplicables chocaban en mi interior como las olas furiosas lo hacen contra las rocas. En fin, no ha sido solo una persona la que me aconsejó un psicólogo. Pero es curioso, los que lo hicieron o lo piensan o pensaron y lo callaron, desconocen mi interior por completo. Me pregunto qué pensarían si leyeran esto. Puede que me llevaran arrastras a la consulta de uno. Pero me negué entonces y me seguiré negando, prefiero evitarlos. No quiero que me analicen. Me gusta analizar a la gente, observarla, sacar mis propias conclusiones o convertirla en las personas que yo quiero que sean o que mi imaginación crea. Pero odio que lo hagan conmigo. Además, no me convencerán nunca de que una persona que no experimenta una conexión con el arte puede comprender el proceso de creación y todo lo que ello supone. Para mí, los artistas, tienen una sensibilidad diferente. Ya lo dijo Oscar Wilde en su día de otra manera y yo alabo su teoría. Son capaces de captar determinadas cosas que el resto de la gente no puede y gracias a ellos, el mundo puede disfrutar de ellas ya que antes ignoraban su existencia porque nadie les había mostrado sus matices. No me considero una artista. Pero nadie puede negarme que yo siento la literatura y quizás mucho más de lo que lo hacen escritores de renombre que no se merecen ser publicados. Y siento que mi sensibilidad, mi percepción difiere de la de la gente que no está en conexión con el arte. Yo nunca miraré nada a través de unos ojos comunes, miraré siempre con ojos de escritora fantasiosa. Y eso, puede gustarle al mundo o no, pueden comprenderlo o tacharme del primer adjetivo en tono despectivo que se les venga a la cabeza. Pero no podrán cambiarlo, no podrán cambiarme en ese aspecto jamás.

jueves, 12 de abril de 2007

Tocada y Hundida


[...] Y yo, en la literatura, era una viajera sin rumbo con un billete de segunda clase en el bolsillo y la ilusión en el otro, en un barco en el que solo aceptan billetes de primera clase [...]

Hace meses, cinco exactamente, que esa frase apareció en mi cabeza mientras recogía la cocina y la apunté en mi diario, con la idea de usarla en algún lado algún día; una novela autobiográfica que es un regalo para mi novio era la que tenía más papeletas para llevársela a sus páginas.
Hace un rato, me volvió a la cabeza, al conocer la noticia de que una antigua, llamémosle amiga, que también escribe, ha conseguido que dos editoriales se interesen por su novela y elegirá alguna y publicará. Todos sus escritos se reducen siempre a la misma trama y es la clase de redactora(para mí, la gente así, no es escritora, simplemente sabe redactar) cuyos ingredientes básicos son una buena dosis de palabras cultas y enrevesadas, metáforas cursis, diálogos inverosímiles que suenen bellos y el ingrediente estrella: todos los adjetivos posibles acompañando al nombre, aunque ese adjetivo jamás pueda cogerse de la mano de ese nombre, ella los obliga a agarrarse y a ir juntos, como si fueran dos niños que se dan la mano para hacer las paces por mandato de su maestra. Pero los niños no pueden fingir estar de acuerdo ni pueden disimular el rencor en sus miradas; los adjetivos y los nombres tampoco, está claro a primera vista que están juntos a la fuerza. Y eso es solo la crítica literaria, dejando a un lado el terreno personal.
Y van a publicarle. Va a cumplir mi sueño.
Nunca me llamo a mí misma escritora porque no me considero merecedora de tal presentación, y si lo hago alguna vez, es bromeando o por un descuido. Esa redactora sí lo hace, constantemente. De todas maneras, siento que tengo alma de escritora. Más bien, el alma de un poeta romántico; pero ni mi apellido es Byron ni vivo en el siglo XIX ni sé cómo pulir esa joya llamada poesía. Pero mi sueño es publicar. No por el regocijo de ver mi nombre en la portada de un libro, si no por poder repartir mi alma por rincones desconocidos y ser capaz de emocionar a alguien, de cambiar por unos instantes su pequeño mundo interior. Y porque siento que tengo tantas cosas que decir, que expresar, que denunciar aprovechando mis escritos... Y necesito que me escuchen. Y esas personas de mi cabeza que me hablan, que aparecen ya con vida y nombre propios, que me piden que transcriba su historia también necesitan que se les escuche.
Cuando veo representada de alguna manera la forma de sentir la literatura en escritores de nombre importante, cuando leo frases en las que lo explican o cuando les escucho hablar sobre la magia de escribir y del proceso de creación; me asusta al mismo tiempo que me agrada comprobar que sé de lo que hablan, que yo siento lo mismo, cuando a la gran mayoría del resto les cuesta entender.
No creo que tenga talento, solo sé que es una necesidad para mí y que no puedo hacer otra cosa con mi imaginación desbordante, que me hace sentir viva y que no podría no escribir. Y sé que esto es una lotería y en el mejor de mis sueños, tengo en mi bolsillo el boleto con el número premiado.
Pero en la realidad, mis apellidos son Mala Suerte. Y he sentido esa frase que he utilizado como introducción, siento que con la ilusión no voy a sobrevivir y que me echarán del barco. Y no sé si seré capaz de no ahogarme.
Ya me estoy ahogando, y aún no ha entrado el agua a mis pulmones. Pero siento que me falta el aire. La tercera vez desde anoche que siento que me asfixio, pero esta vez las lágrimas no dificultan mi respiración, esta vez se agolpan en mi garganta sin atreverse a salir y siento como no me llega suficiente oxígeno. Me duele el pecho…
He sido tocada. Tocada y hundida. Y no me veo con fuerzas para alcanzar la superficie. Me hundo con mi barco de sueños y fantasía en un fondo de realidad que me asusta. Prefiero mi mundo.
Anoche, creé un escrito y en el párrafo final lamentaba que hubiera sido un mal día, aunque me pesaba más que lo fuera para él. Me costó dormir porque el pecho me dolía a causa de los latidos fuertes, rápidos e incontrolables. Quizás, porque ya sabía que hoy las cosas no mejorarían. Empeoran. Al menos, ayer me acarició con esas palabras que siempre he necesitado escuchar, pasé meses suspirando por ellas cada noche, que necesito escuchar en los peores momentos. En momentos como este.
Sé que solo él puede calmar mi asfixia. Pero no está, y me siento más sola y más hundida que nunca.
Tal vez mañana, con suerte, no sea un mal día…

sábado, 7 de abril de 2007

Y Necesito Tan Poco Para Ser Feliz...

Y necesito tan poco para ser feliz, para que una sonrisa se dibuje en mi cara y sienta una paz tranquilizadora y reconfortante. Le necesito a él, encontrarme con su mirada, con su abrazo protector, con sus labios que me hacen olvidar el resto del mundo, con nuestras conversaciones sobre todo y sobre nada. Es así cuando me sumerjo de lleno en la felicidad más pura y real, esa en la que nada más importa, en la que todo lo demás deja de existir, esa que te lleva a las puertas de otro mundo del que no quieres que te destierren nunca.
Otros, pasaran sus días exprimiendo al máximo su vena consumista para regocijo de quienes nos controlan y desean que gastemos, gastemos y gastemos; pero ellos serán felices siendo marionetas, con toda su ropa de marca, toda su nueva tecnología a la última, con sus mp3 de impresión y sus móviles super guays. Yo seguiré llevando orgullosa mi discman y mi móvil hecho mierda sin cámara ni gilipolleces innecesarias, y mis reflexiones no se basarán en la super nueva y profunda canción del cantante o grupo que las discográficas me venden en este momento a toda costa o en si mi nueva camiseta combina con mis viejos pantalones que me compré hace dos meses. Doy gracias a que mi felicidad es real, y no es una ficticia y bonita creada por la ignorancia; doy gracias a que yo podré decir que el nuevo cd de Avril Lavigne es una gran mierda mientras otros que dirán que sí a todo lo que le echen dirán que es buenísimo, sin darse cuenta de que la música es un arte y esa tía solo está insultando a todos aquellos que a lo largo de la historia la han cambiado con su música, que Avril solo ha llegado y se irá, que no significará nada... Para unos, Avril Lavigne será su ídolo, mientras que niños que luchan por sobrevivir o gente ajena a ese problema que se juega su vida por hacerles compañía no serán nadie, pasarán por esta vida sin gloria, sin éxito, sin reconocimiento, sin ser valorados, siendo un nombre más que nadie habrá pronunciado nunca y que caerá en el olvido de la miseria.
Yo seré feliz simplemente hablando durante todo un día con el chico que antes de aparecer en mi vida, aparecía en mis sueños..Al fin y al cabo, en los últimos momentos, cuando tu respiración dificultosa ya se prepara para el último aliento, tu dinero, todo el materialismo, tus cd's de Avril&cía, no van a apretarte la mano cuando agonices, no van a abrazarte.. Y se darán cuenta de su ignorancia, de su infelicidad...pero ya será demasiado tarde.
En cambio, yo podré acordarme de toda la música, de todas las novelas, de todas las películas que me hicieron reír y llorar, que me hicieron pensar, que me ayudaron a encontrarme; y tendré a alguien que sujete mi mano y me recuerde que la vida puede ser maravillosa aún en los peores momentos.
Y necesito tan poco para ser feliz...

sábado, 10 de marzo de 2007

Debo de ser yo

Debo de ser yo. Sí, debo de ser yo la rara.
Mientras los demás hablan de temas absurdos cuando acaban de ver una película que refleja la realidad del tráfico de armas y la situación que se vive en países pobres, yo soy la única que camina en silencio, reflexionando, viendo en mi cabeza una y otra vez esas imágenes, soñando con viajar con mi alma a hacerle compañía a esos niños. Pero los demás hablan y hablan, y ríen. A nadie le importa. La indiferencia y la insensibilidad inhumanas se han convertido en características de la personalidad humana. Así que, supongo, una vez más, que la rara debo de ser yo.
Hay momentos en los que realmente siento que mi mundo está girando en dirección prohibida y yo con él, y que los demás siguen el camino indicado. Otras, en cambio, me atrevo a cuestionarme si lo indicado es lo acertado. Hay normas, leyes, formas de gobierno que establecen el llamado camino correcto, lo indican. Una de esas leyes es la legalidad de la lapidación de mujeres por razones que no merecen ni mención. En teoría, como es una ley, es lo correcto. Vaya, al parecer no todo lo indicado, no todo lo aparentemente correcto, en realidad lo es. Entonces, ¿soy yo la rara o es el mundo el que se equivoca?
No, debo ser la rara. Una chica de diecisiete años recién cumplidos debería de estar haciendo y hablando de los mismos temas que todas las demás: los éxitos que suenan en la radio, la ropa, las quejas sobre su paga(que suelen doblar la mía), los caprichos que pueden pedirles a sus padres, los programas de televisión, quién ha estado compartiendo fluidos con quien, qué sujeto del sexo opuesto tiene mejor la parte trasera, con quien pueden dar clases de lengua esta semana, lo mal conjuntada que va esa chica que no tiene sentido de la moda, y críticas y más críticas a esas que luego sonreirán. En cambio, solo escuchar hablar de todos esos temas trascendentales que sin duda determinarán el futuro del mundo, me provoca náuseas y provocan que mi mirada se dirija instintivamente al atractivo de la ventana y mis instintos suicidas cobren fuerza dentro de mí diciéndome: ahora o nunca, hazlo. Y siento deseos de escabullirme de esos grupitos que se forman e ir a charlar tranquilamente con un profesor y disfrutar de una conversación inteligente e interesante.
Por no hablar de que los pensamientos que surcan mi cabeza son tan distantes a ese mundo de amores intensos y eternos de una noche y modas pasajeras. Y mis metas, mis ilusiones, mis preocupaciones... Un examen es incapaz de alterar mi estado de ánimo y mi ritmo de falta de estudio. Ni uno, ni dos, ni tres. No tienen relevancia en mi vida, es algo más que está ahí, simplemente. Tengo diecisiete años y huyo del ruido de las discotecas, perdiéndome en mis sueños, en mis divulgaciones fantásticas; me cojo de la mano de mi imaginación y me dejo llevar por mundos maravillosos y conozco personajes únicos, como mi pequeño Chris, cuyos apellidos son Miseria y Desgracia. Y pienso en que quiero estar con el chico de mi vida, que quiero compartir no solo una noche, si no todas las noches, todas las mañanas y todos los días de mi vida con él, que quiero hacer ya una vida con él; que quiero dejar las clases para niños del instituto y forzar mi mente con algo más serio y complicado; que quiero tiempo libre en mi propia casa para escribir y escribir, planificando un futuro soñado y probando suerte para que deje de ser un sueño.
Definitivamente, tengo que ser yo la rara. La televisión está llena de gente vacía que no ha hecho nada en su vida de provecho ni digno de admirar, contando cada detalle de su vida íntima inventada y/o real, con un gran público que escuchará atento cada una de sus palabras, con los bolsillos más llenos en un rato que los de un humilde trabajador a final de mes. Es mucho más rentable rellenar la programación de este tipo de basura en lugar de programas ágiles, inteligentes e interesantes o documentales o reportajes sobre los problemas del mundo.
Es raro encontrar a alguien que, cuando le preguntas sobre problemas a mayor escala que ellos consideran ajenos, te siga la conversación con frases que revelan que han estado pensando en ello. Lo más común es que, cuando alguien les eche el tema y les muestre la verdad, hagan examen de conciencia durante esos minutos y sean capaces de murmura un "qué pena". Con eso, limpian su conciencia y podrán dormir tranquilos, hasta el próximo examen. Yo hago examen de conciencia casi a diario y me planteo si seré extraña porque no he sido capaz de evitar que mis lágrimas se derramen en algunas ocasiones al pensar en las injusticias vividas por aquellos que menos las merecen. Y mientas, el resto pensando en comprarse unas nuevas zapatillas de marca, de esas que ahora llevan todos. Me aterroriza la insensibilidad, la ignorancia, el crecimiento de nuestra degradación, la creación de este infierno en la tierra.
Sí, debo ser yo la rara. Debo ser yo porque ellos lo quieren así. Y cuando digo ellos, me refiero a todos. A los que tienen el control, no les interesa gente como yo con ideas que puedan desestabilizarlo y ponerlo en duda, que vayan en su contra y a favor de la libertad y de la tolerancia. Les interesan las ovejas que siguen al rebaño, no a la que se sale, no a la oveja negra que va en busca de otras. Cuántas menos ovejas negras, mejor.
En fin, aquí dejo el link de Amnistía Internacional, de la campaña en contra de los Diamantes ensangrentados: http://www.es.amnesty.org/actua/acciones/diamantes-ensangrentados/firma/1/
Y aquí, en contra de las lapidaciones en Irán: http://web.es.amnesty.org/pena-muerte-iran/
Solo es una firma.. Aunque bueno, muchos pensarán como esa chica de mi clase: no merece la pena, eso no arregla nada, no va a cambiar nada.. Es un minuto de tiempo, y sigo manteniendo lo que le contesté: entonces, nunca nadie habría hecho nada por cambiar nada nunca. Suerte que no todos han pensado ni piensan así y han estado y estarán siempre ahí aquellos que luchan por lo que creen y que intentan cambiar la dirección del mundo.

jueves, 1 de marzo de 2007

Hijos de Edward D. Wood, Jr

Anoche se me vino a la cabeza el título de un poema de José Luis Martínez, mi ex-profesor de Literatura, el que encabeza mi entrada. Me puse a pensar en Ed Wood, el peor director de la historia, en la tristeza cómica de la película de Tim Burton y cómo estaba caracterizado por el genial Johnny Depp; pensé en la figura del peor director de la historia del cine y en el poema.
Ayer me sentía como la hija de Ed Wood. Lo cierto es que es un poco cruel adjudicarle a alguien la etiqueta de peor director de la historia, como si fuera un simple envase de plástico en el que debe figurar el contenido del mismo. Como ignorantes llenos de prejuicios que somos, solo nos fijaríamos en el envoltorio. Nadie, cuando aún está creciendo, cuando está empezando a forjar sus sueños y a soñar con un posible futuro y empieza a moldear el proyecto de su vida, cree ni por un segundo que será recordado y tendrá un hueco en la historia por ser algo parecido al peor director que ha pasado por este mundo. A nadie nos gustaría que, cuando se rompieran nuestros sueños, nos lo recordaran constantemente llamándonos por nuestros fracasos en los que habíamos depositado tantas ilusiones. En fin, ¿qué daño hacía él? Hay muchísimos personajes que por desgracia han marcado de alguna forma algún periodo histórico o la vida de otra gente de forma negativa y muchos, no serán recordados con ese tipo de etiquetas.
Ed Wood era un hombre con ilusiones, con ganas de trabajar, de triunfar, de éxito, soñador... Y, a pesar de sus fracasos, no perdía la esperanza y comenzaba algo nuevo. ¿No es esto digno de admirar? ¿Y no somos como Ed Wood en muchos momentos de nuestras vidas? Nadie puede conseguir el éxito total, en todo aquello que se proponga o comience a lo largo de su vida, puede ser muy afortunado en unos aspectos y desdichado en otros. Fracasan nuestras relaciones amorosas, nuestras amistades, naufragan algunos proyectos o ideas, incluso nos hundimos nosotros mismos en ocasiones. Cuando fracasamos en algo, tendemos a desanimarnos. En cambio, Ed Wood no se rendía; no era tan débil, era valiente, se paseaba con la cabeza bien alta y no temía a las posibles críticas, seguía aferrándose a sus sueños. Y tenía, prácticamente, al mundo en su contra. Pero nuestros fracasos no estaban expuestos como lo está un cuadro en un museo al mundo, como lo estaban sus obras al público. Y sin embargo, nos atrevemos a colgarle a alguien el cartel de fracasado cuando nosotros también lo somos. Tal vez, simplemente, fue un incomprendido. No puedo evitar sentirme cercana a él ni sentir simpatía por él. En mi vida, la lista de fracasos es demasiado larga. Quizás, yo tampoco tenga talento a la hora de escribir, quizás la literatura sea otro mar en el que me ahogue, pero me hundiré con orgullo, sujetando el timón de mi barco con firmeza, sin renunciar a mis sueños. Me pregunto si no seré la hija de Ed Wood.
Puede que sea hija de Edgar Allan Poe, como suelo tener el atrevimiento de presentarme, usando el nombre de un genio. Eso explicaría mi gusto por lo siniestro, por los asuntos fantásticos, por meterme en la piel de un personaje que sufre; el interés por la crueldad y la obsesión que deriva en la locura humana; el pensamiento pesimista rodeado de un aura de tristeza. Y mi fascinación por el mundo de los sueños y la importancia que le doy a ellos y a una imaginación que parece que no descansa nunca.
O alomejor soy pariente de Tim Burton, y me columpie entre dos mundos, que viva en los coloristas y bellísimos paisajes de Big Fish de la mano de Edward Bloom y sus magníficas historias o en el gris y silencioso Sleepy Hollow, o que sea un bicho raro más de la ciudad de Halloween. Y que me sienta a veces como Eduardo Manostijeras y sueñe con pasearme por su castillo, al igual que sintió Burton, no puede ser una coincidencia. Ah, y su poderosa imaginación, su pasión por lo fantástico, por seres incomprendidos que la sociedad rechaza, su perfecto equilibrio entre lo macabro y lo tierno, su línea inocente, su alma de niño... Demasiadas coincidencias. Cuando en su película Bitelchús llamó a Lidya la hija de Edgar Allan Poe tal vez pensara en su hija perdida... Y volvemos a Poe. Porque Burton es otro admirador reconocido de Edgar Allan Poe, tan solo hay que ver su brillante corto de Vincent.
Y como decía, vuelvo a Poe. Y con Poe, podría saltar hacia Byron. Y meterme de cabeza en el romanticismo. Cada día es más evidente, también para ojos ajenos, mi espíritu romántico. Nunca he afirmado pertenecer a ningún grupo, a ningún movimiento; prefiero no etiquetarme y coger ideas e inspirarme de un lado y de otro. Pero supongo, que una parte de mí, pertenece a ese movimiento de siglos pasados. No hay duda, siempre seré una hija del romanticismo y ojalá pueda hacer honor a figuras como Byron o Poe.
Pero, ayer, hoy y tal vez por mucho tiempo, también me sienta la hija de Ed Wood.

Nada cuesta decir:
esa persona es, sin duda,
un infeliz, un pobre diablo,
el peor director de la historia del cine,
el peor de los padres,
el sujeto más torpe de este mundo,
el peor deportista de la tierra...
Y más si ya se encuentra
acariciando angora desde siempre,
si hace mucho que ha muerto.

No hay nada que resulte más sencillo
-ni que diga tan poco de nosotros-,
nada que cueste menos afirmar
delante de quien sea,
en presencia del cuadro horripilante
del que tan orgullosos nos sentimos,
delante de las copas y medallas
escolares, que no soportan ya
nuestras frases estúpidas, nuestra mediocridad,
nuestras fantasmagóricas quimeras.

Pero tampoco tú eres nadie.
Tus obras y tu vida son
como su vida, como sus películas:
una mezcla increíblemente absurda
de elementos extraños, inconexos.

También tú acabarás o has acabado
realizando los sueños de otro,
haciendo tonterías que a nadie importan,
profiriendo incongruencias.

Te echaron del trabajo.
Tus discos no vendían.
La presa que construiste se hizo agua
en la boca de los ahogados.
Tu novela no fue editada nunca,
tus hijos se drogaban.
Te engañó tu pareja o recibiste
la llamada que todos recibimos,
la que invariablemente notifica
el fin de la esperanza:
la grave enfermedad,
la irremediable muerte.

La llamada que te hace comprender
que no es posible el éxito,
que la muerte nos alcanza a todos
y quien vive fracasa.

José Luis Martínez

sábado, 17 de febrero de 2007

La Naranja Mecánica


Lo primero que vemos al sentarnos para disfrutar o sufrir con La Naranja Mecánica es a Alex DeLarge devolviéndonos la mirada. Y qué mirada. Una mirada hipnótica, de la que no se puede apartar la vista y que te obliga a clavarte en tu asiento durante toda la película.
Un chico con un sombrero negro, vestido de blanco, tirantes plateados. Y su pestaña postiza. Él y su mirada. Sus ojos clavados en la cámara, como si mirase al espectador directamente. La mirada firme, que expresa una mezcla entre locura, malicia, crueldad y seguridad que te hace pensar que no te gustaría chocarte con alguien por la calle que te mirara de esa forma. Y entonces, escuchamos la voz de Alex. La dulce e inocente voz de Alex. Una voz que por la suavidad y la inocencia que transmite al entrelazar las palabras, bien podría ser la de un niño. Pero ese niño, de pronto, comienza a narrarnos actos violentos y crueles con los que disfruta. Es más, confiesa estar preparándose para una nueva sesión de ultraviolencia.
La primera escena de La naranja mecánica ya es magnífica. Y las que la siguen, no defraudan, sigue la estela que roza la perfección cinematográfica. La alcanza, me atrevería a decir. Imágenes impactantes, brutales, crueles, violentas, originales. Una banda sonora perfecta que acompaña a la película, dotándole a las escenas de mayor sentido, significado y profundidad. Una interpretación magistral por parte de Malcom McDoweel en el complicado rol de Alex. Inquietud e incertidumbre ante el desarrollo, a la espera de qué nueva sorpresa desagradable nos mostrará Alex. Giros inesperados, que le dan la vuelta a la película en la segunda parte de ésta para conducirnos a un final fiel a las imágenes sugerentes y chocantes del film. Para hacer la crítica elaborada y precisa que esta película se merece, debería de analizar cada aspecto, cada detalle, cada acontecimiento que sucede. Pero, mi intención no es hacer una crítica. Tampoco me considero una experta en el terreno del séptimo arte como para elaborar una buena crítica. Lo que si puedo afirmar sin tapujos es que La naranja mecánica es una obra de arte. Otros, consideran una obra de arte o una producción artística de alta calidad un cuadro en blanco con una mancha de vino en una esquina, una película mediocre que no aporta nada nuevo (como, para mí, es Titanic), o algún best-seller de un escritor que no tiene ni idea del significado de la palabra “escribir” ya que solo sabe redactar (véase Ángeles y demonios del frío y mecánico Dan Brown).
Supongo que, si recapacito, entiendo por qué esta obra de arte ha estado prohibida o censurada en diversos lugares. Otra cosa bien distinta es que comparta esta postura, a mi parecer ridícula. Lo que no lograré entender es como el mismo Kubrick repudió de la misma en un determinado momento. Pero no voy a adentrarme en la mente de un genio. Las razones que se expusieron para explicar la censura y la prohibición de la película fueron que exaltaba la violencia y que incitaba a ella, que, de hecho, un grupo de jóvenes imitó a Alex y sus drugos, apalizando a un vagabundo. Mi primera reacción es incredulidad, a la que le sigue la risa. Es cierto que la película puede resultar confusa en cuanto al mensaje que se quiere transmitir en algunos momentos, pero no hay que ser dotado de una gran inteligencia para entenderla y darse cuenta de que el significado no es negativo. Culpar a la película de los actos violentos de ese grupo de jóvenes es una actitud infantil. La sociedad no es una comunidad perfecta y en armonía, tiene sus defectos, que intentan cubrirse. Cuando esto no es posible y esos fallos salen a la luz, lo más sencillo es quitarse la mierda de encima y echarle la culpa a otro. Ese grupo de jóvenes, no necesitaban La naranja mecánica para llevar a cabo sus actos vandálicos. Ni ese grupo de jóvenes ni nadie. La película es violenta, cruel. Hay muchas otras películas violentas sin argumento en las que el protagonista demuestra haber pasado muchísimo tiempo de su vida en el gimnasio para conseguir esos músculos y bíceps de acero, descuidando así la educación de su intelecto, y en las que solo hay violencia, violencia y más violencia. Pero estas películas no son reales. La naranja mecánica sí lo es.
Prohibirla es ignorar una realidad, cubrirnos los ojos con una venda ante aquello que no es agradable y no nos interesa conocer. Típico en esta sociedad: dar la espalda a los problemas que no son rentables y que se escapan de las manos de los que aseguran que todo está bajo control y que todo marcha bien. La naranja mecánica es un buen espejo en el que podemos observar la degradación de la sociedad. Prohibir esta película sería como quemar todos los documentales que hablen del holocausto nazi, centrados en las barbaridades que cometieron con los judíos; por ejemplo. Si no lo hacemos con este tipo de documentos, ¿por qué se hizo con esta película?
Y hablando de crueldad humana, podemos encontrarla en cualquier parte. Fuera de la película, podemos ser testigos o víctimas de cualquier tortura, ya sea física o mental, corta o prolongada; también podemos leer la prensa o ver el telediario y no encontrar esta crueldad únicamente en las páginas de sucesos y en las noticias que traten de conflictos internacionales o de guerras, si no en dosis más sutiles o en figuras que se supone que luchan contra ella, como podrían ser los políticos o la autoridad con porra y uniforme.
Y con esto, llego a un punto muy interesante de La naranja mecánica. La crueldad no solo reside en Alex. También está patente en esos políticos corruptos, en esa multitud de personalidades que hace de la corrupción una forma de trabajo. Y que manipula la mente humana, la convierte en una máquina que podemos reprogramar, la convierte en una naranja mecánica. Y se priva al ser humano de un derecho, de una de las cualidades principales que lo distingue de una máquina: la libertad, la capacidad de elección. Pues, ¿es un acto bondadoso robarle a una persona la posibilidad de elección entre el bien y el mal para que no vuelva a cometer más atrocidades? ¿Deberían darles una medalla y otorgarles una condecoración? Al fin y al cabo, ¿no es eso una actitud cruel como la que pretenden eliminar con su condicionamiento?
Hace un par de días, yo estaba en clase en una situación que al mismo tiempo que crispó mis nervios, me entristeció y me aterrorizó. En la pantalla de la televisión, se veían imágenes de una mujer mayor. Era viuda y la relación con su hijo no era la que ella desearía. Apenas le ve. Vive sola, sin ninguna ocupación, sin nada con lo que entretenerse salvo la comida y los concursos televisivos. La mujer acaba volviéndose una adicta a las anfetas, que en un principio le había recetado un doctor para adelgazar, con todo lo que ello conlleva. Una historia tristísimo, dura. Nadie querría acabar así, en soledad y desequilibrado; y mucho menos pensar que tu madre acabara así. A las imágenes de la historia de esa mujer, acompañaron varias risas. También había un joven drogadicto, con toda una vida por delante, una vida que él mismo destroza. Un chico que debía de estar disfrutando de la vida y superando su problema en un centro de desintoxicación. Su adicción a las drogas lo conduce a pincharse en una herida que pintaba francamente mal que tenía en el brazo, lo cual tiene consecuencias desastrosas. Le cortan el brazo. Esta vez, se escucharon comentarios como “se lo merece por pincharse y hacer lo que hacía…”.
Simplemente horrible. Ante algo tan terrible, responden con risas y con sentencias típicas de un juez despiadado. Fue cruel. La actitud de los chicos de mi clase, de dieciséis, diecisiete e incluso dieciocho años frente al sufrimiento humano fue cruel. Carente de sentido común, pero cruel.
Así que, visto lo visto, viendo lo que sucede día a día en el mundo, se puede asegurar que el sistema y la sociedad tienen demasiados agujeros que no saben cómo tapar y que podrían convertirse en trampas peligrosas. Así, el personaje de Alex no es tan extraño. Vivimos en un mundo de locos. Alex no es un fallo de la sociedad. Alex es la prueba de que existen esos fallos. Alex es la consecuencia de esos fallos.
Una de las pocas cosas a las que podemos aferrarnos en los lugares en los que, por suerte, no gobierna una dictadura y aún en esas dictaduras (pues se puede elegir ser partidario o no, se puede elegir infinidad de posibilidades, aunque la libertad esté muy limitada, pero no impiden la elección ni la reflexión interna de cada individuo), es la libertad, el poder de elegir por nosotros mismos.
Y si se nos quita la libertad, ¿qué nos queda? ¿Quiénes son los malos y los buenos en esta historia? ¿Quién representa el bien y el mal en la vida? ¿Aquel que disfruta produciendo sufrimiento en otros? ¿O aquel que evita que siga haciéndolo y lo convierte en una naranja mecánica?

viernes, 9 de febrero de 2007

Desde mi punta del planeta

¿Has sentido alguna vez que lo que te separa del resto ya no es la muralla protectora que creaste en tu defensa si no que es una distancia tan grande que sientes que tú estás en una punta del planeta y ellos en la otra? Y sin embargo, están delante de tus narices...
Pero deben de vivir en el otro extremo del planeta como mínimo, tal vez en otra dimensión, incluso en otro planeta del cual desconoces el nombre. Pero algo extraño sucede, pues no tenéis ilusiones en común, ni sueños compartidos, ni miradas cómplices, ni sonrisas francas, ni tan siquiera veis la vida de la misma forma. Es como si ellos estuvieran observando un paisaje totalmente distinto al que tus ojos te presentan, tú te has perdido en un mar de posibilidades infinitas y tesoros sumergidos por descubrir; ellos parecen estar contemplando un cuadro de estilo neoplasticista, con sus formas simples y sus colores básicos y primarios. O tal vez, ellos se vean sumergidos en una vorágine de sentimientos y planes de futuro; lo cierto es que nunca se me dio bien interpretar el arte abstracto.
Supongo que cuando sientes que no tienes nada que ver con la gente que te rodea has dado un paso, se ha producido un cambio.
Últimamente, no puedo deshacerme de esa sensación. Estoy a quilómetros del mundo. Soy una turista extrangera de paso por este sitio, descubriendo poco a poco, día a día, mi lugar de origen, mi verdadero sitio, mi hogar. Me invento a mí misma cuando entrecierro los ojos para pasearme por un mundo donde todo es posible, tras entender que no puedo ocupar mi tiempo en algo de más provecho; me descubro día a día, y me encanta descubrirme a través del chico de mis sueños. Los sueños, los mundos fantásticos o lúgubres, el deseo de huir lejos, el desencanto con respecto a la realidad, encontrar la belleza de la vida en un ente plateado acompañado de sus servidores que brillan en el cielo. No puedo ignorar las influencias románticas que ha experimentado mi alma.
No tengo nada en común, ni unas inquietudes, ni una forma de ver el mundo y la vida, ni unos deseos, ni unas ideas, ni unos pensamientos, ni unos sueños, ni unos gustos, ni unos temas de conversación, ni de lo que se espera de la vida y del mundo, ni formas de vivir, ni actitudes, ni iniciativas, ni dudas, ni ilusiones, ni intereses... Nada en común. Es entonces, cuando siento que no puedo dirigir el rumbo de la conversación como quisiera y asumo que no soy la capitana del barco, cuando directamente ni puedo navegar junto con otros, cuando siento que no tengo nada ver con ellos; salvo los lazos de cariño. Ni siquiera tenemos momentos en común. Podría preguntarles a ellos, y su visión de ese momento compartido en un momento de nuestra vida, sería completamente diferente a la vida. Si mi recuerdo es dulce, el suyo sería amargo y viceversa. Sería como leer un relato de Edgar Allan Poe en un libro deteriorado por el tiempo, en el que las palabras de más fuerzas, las esenciales, las que constituyen el alma del relato. Esos momentos, la gran mayoría de ellos al menos con el paso del tiempo, quedarán en mi memoria simplemente como momentos, no como momentos junto a ellos.
Apesar de que en ocasiones ese sentimiento es desesperante, la cara oculta de la moneda, lo que refleja si me atrevo a mirar sin llevar los ojos vendados no lo es tanto: el paso que he dado ha supuesto una especie de renacimiento, a la espera de que mis alas sean lo suficientemente fuertes para volar hacia el horizonte, hacia el destino que ya he fijado. Sé lo que quiero. Aunque muchos presuman de ello, francamente no creo que realmente sepan lo que quieren. Sé lo que quiero, sé donde encontrarlo y cómo. Tan solo tengo que regresar a mi sitio, donde dos miradas confluyen en un mismo sentimiento. Cuando me acurruco en su cuerpo y no siento que no tenga nada en común con él, si no que lo tengo todo. Todo en una misma persona, en un mismo universo que creamos juntos, ignorando donde permanece el resto, sin poder destruir nuestro mundo, sin que puedan recorrer la distancia necesaria para llegar hasta nosotros. Solo nosotros, solo él y yo; en la misma punta del planeta.

martes, 9 de enero de 2007

Corazones Rotos

El corazón de una madre se rompe cuando le arrebatan a su hijo y lo ve marchar hacia lo desconocido, para luchar en la guerra de los vencidos, donde los ganadores no existen en el campo de batalla rociado de sangre. Y sus lágrimas no entiende el por qué. Y su miedo no conoce las razones.
La vida de un niño se ha apagado. Su infancia, su inocencia su risa; todo se ha perdido. Y el corazón de otra madre se rompe, al sentir como se le ha escapado la vida de su niño entre sus brazos. Aprieta el cuerpo de sin vida de su hijo contra el pecho con el que lo alimentó con dedicación y amor para que fuera un hombre de provecho; pero su niño ya no respira , ni lo hará nunca más. Ya no podrá jugar con él, ya no podrá educarle, ya no podrá enseñarle a leer, ya no podrá llevarle de excursión al campo. Y sus lágrimas no entienden por qué tuvieron que llevárselo, era demasiado pequeño, el cielo debía esperar aún mucho tiempo por él, le quedaba demasiado lejos todavía. ¿Por qué tuvieron que desterrarlo allí, si no era culpable de nada, si aún estaba aprendiendo a hablar?
Quitarle su muñeco y darle un rifle. Es joven, fácil de manipular. Convéncele, usa la teoría del bien y del mal. Hazle ver que vosotros sois los buenos y ellos los malos. Métele en una guerra que jamás entenderá, y mándale callar y ordénale que aprenda a apuntar mejor cuando te pregunte por qué los hombres matan.
Y el niño que ha sido metido en un juego de mayores se encuentra con un soldado enemigo. Y sigue las reglas del juego. Dispara. Un silencio sepulcral sigue al sonido de los disparos y al de la caída del cuerpo inerte del joven soldado. Un silencio en el que se pueden escuchar las voces de todos los muertos.
Y el corazón de dos madres de ambos bandos se rompen al mismo tiempo. El corazón de la madre que vio a su hijo matar y convertirse en un asesino cuando debería estar en la escuela aprendiendo a multiplicar. Y el corazón de la madre que desde su hogar, presiente, en sus noches de insomnio en las que reza por su hijo, que algo va mal. Y su alma muere cuando recibe la fatal noticia. Y rompe la televisión, sumida en llantos desconsolados y desesperados, cuando ve al presidente de su país, con su traje impecable que no tiene ni una mancha de barro; sus manos limpias, sin sangre; su rostro relajado, sin signos de ojeras; sus palabras relajadas que revelan que su conciencia está tranquila: su sonrisa, que deja ver que no ha estado derramando lágrimas. Y dice que era lo que tenían que hacer, que no había otra solución posible. Y esa madre le grita que por qué no fue él a luchar en lugar de mandar a su hijo, después de haber roto la pantalla de la televisión con la misma violencia con la que su vida fue destrozada.
Y así, centenares de corazones más se rompen. De más madres, pero también de niños, de padres, de hijos, de sobrinos, de abuelos, de tíos, de nietos, de hermanos, de novios, de primos, de esposas, de maridos, de amigos. ¿Y qué queda? Un paisaje en ruinas. Vidas que se convierten en pesadillas. El silencio de la muerte. El terrible y amargo dolor por la pérdida. Y la pregunta de por qué para que alguien que ya lo tiene todo tenga los bolsillos más llenos hace falta que antes se cobren tantas vidas.