Hace meses, cinco exactamente, que esa frase apareció en mi cabeza mientras recogía la cocina y la apunté en mi diario, con la idea de usarla en algún lado algún día; una novela autobiográfica que es un regalo para mi novio era la que tenía más papeletas para llevársela a sus páginas.
Hace un rato, me volvió a la cabeza, al conocer la noticia de que una antigua, llamémosle amiga, que también escribe, ha conseguido que dos editoriales se interesen por su novela y elegirá alguna y publicará. Todos sus escritos se reducen siempre a la misma trama y es la clase de redactora(para mí, la gente así, no es escritora, simplemente sabe redactar) cuyos ingredientes básicos son una buena dosis de palabras cultas y enrevesadas, metáforas cursis, diálogos inverosímiles que suenen bellos y el ingrediente estrella: todos los adjetivos posibles acompañando al nombre, aunque ese adjetivo jamás pueda cogerse de la mano de ese nombre, ella los obliga a agarrarse y a ir juntos, como si fueran dos niños que se dan la mano para hacer las paces por mandato de su maestra. Pero los niños no pueden fingir estar de acuerdo ni pueden disimular el rencor en sus miradas; los adjetivos y los nombres tampoco, está claro a primera vista que están juntos a la fuerza. Y eso es solo la crítica literaria, dejando a un lado el terreno personal.
Y van a publicarle. Va a cumplir mi sueño.
Nunca me llamo a mí misma escritora porque no me considero merecedora de tal presentación, y si lo hago alguna vez, es bromeando o por un descuido. Esa redactora sí lo hace, constantemente. De todas maneras, siento que tengo alma de escritora. Más bien, el alma de un poeta romántico; pero ni mi apellido es Byron ni vivo en el siglo XIX ni sé cómo pulir esa joya llamada poesía. Pero mi sueño es publicar. No por el regocijo de ver mi nombre en la portada de un libro, si no por poder repartir mi alma por rincones desconocidos y ser capaz de emocionar a alguien, de cambiar por unos instantes su pequeño mundo interior. Y porque siento que tengo tantas cosas que decir, que expresar, que denunciar aprovechando mis escritos... Y necesito que me escuchen. Y esas personas de mi cabeza que me hablan, que aparecen ya con vida y nombre propios, que me piden que transcriba su historia también necesitan que se les escuche.
Cuando veo representada de alguna manera la forma de sentir la literatura en escritores de nombre importante, cuando leo frases en las que lo explican o cuando les escucho hablar sobre la magia de escribir y del proceso de creación; me asusta al mismo tiempo que me agrada comprobar que sé de lo que hablan, que yo siento lo mismo, cuando a la gran mayoría del resto les cuesta entender.
No creo que tenga talento, solo sé que es una necesidad para mí y que no puedo hacer otra cosa con mi imaginación desbordante, que me hace sentir viva y que no podría no escribir. Y sé que esto es una lotería y en el mejor de mis sueños, tengo en mi bolsillo el boleto con el número premiado.
Pero en la realidad, mis apellidos son Mala Suerte. Y he sentido esa frase que he utilizado como introducción, siento que con la ilusión no voy a sobrevivir y que me echarán del barco. Y no sé si seré capaz de no ahogarme.
Ya me estoy ahogando, y aún no ha entrado el agua a mis pulmones. Pero siento que me falta el aire. La tercera vez desde anoche que siento que me asfixio, pero esta vez las lágrimas no dificultan mi respiración, esta vez se agolpan en mi garganta sin atreverse a salir y siento como no me llega suficiente oxígeno. Me duele el pecho…
He sido tocada. Tocada y hundida. Y no me veo con fuerzas para alcanzar la superficie. Me hundo con mi barco de sueños y fantasía en un fondo de realidad que me asusta. Prefiero mi mundo.
Anoche, creé un escrito y en el párrafo final lamentaba que hubiera sido un mal día, aunque me pesaba más que lo fuera para él. Me costó dormir porque el pecho me dolía a causa de los latidos fuertes, rápidos e incontrolables. Quizás, porque ya sabía que hoy las cosas no mejorarían. Empeoran. Al menos, ayer me acarició con esas palabras que siempre he necesitado escuchar, pasé meses suspirando por ellas cada noche, que necesito escuchar en los peores momentos. En momentos como este.
Sé que solo él puede calmar mi asfixia. Pero no está, y me siento más sola y más hundida que nunca.
Tal vez mañana, con suerte, no sea un mal día…