jueves, 1 de marzo de 2007

Hijos de Edward D. Wood, Jr

Anoche se me vino a la cabeza el título de un poema de José Luis Martínez, mi ex-profesor de Literatura, el que encabeza mi entrada. Me puse a pensar en Ed Wood, el peor director de la historia, en la tristeza cómica de la película de Tim Burton y cómo estaba caracterizado por el genial Johnny Depp; pensé en la figura del peor director de la historia del cine y en el poema.
Ayer me sentía como la hija de Ed Wood. Lo cierto es que es un poco cruel adjudicarle a alguien la etiqueta de peor director de la historia, como si fuera un simple envase de plástico en el que debe figurar el contenido del mismo. Como ignorantes llenos de prejuicios que somos, solo nos fijaríamos en el envoltorio. Nadie, cuando aún está creciendo, cuando está empezando a forjar sus sueños y a soñar con un posible futuro y empieza a moldear el proyecto de su vida, cree ni por un segundo que será recordado y tendrá un hueco en la historia por ser algo parecido al peor director que ha pasado por este mundo. A nadie nos gustaría que, cuando se rompieran nuestros sueños, nos lo recordaran constantemente llamándonos por nuestros fracasos en los que habíamos depositado tantas ilusiones. En fin, ¿qué daño hacía él? Hay muchísimos personajes que por desgracia han marcado de alguna forma algún periodo histórico o la vida de otra gente de forma negativa y muchos, no serán recordados con ese tipo de etiquetas.
Ed Wood era un hombre con ilusiones, con ganas de trabajar, de triunfar, de éxito, soñador... Y, a pesar de sus fracasos, no perdía la esperanza y comenzaba algo nuevo. ¿No es esto digno de admirar? ¿Y no somos como Ed Wood en muchos momentos de nuestras vidas? Nadie puede conseguir el éxito total, en todo aquello que se proponga o comience a lo largo de su vida, puede ser muy afortunado en unos aspectos y desdichado en otros. Fracasan nuestras relaciones amorosas, nuestras amistades, naufragan algunos proyectos o ideas, incluso nos hundimos nosotros mismos en ocasiones. Cuando fracasamos en algo, tendemos a desanimarnos. En cambio, Ed Wood no se rendía; no era tan débil, era valiente, se paseaba con la cabeza bien alta y no temía a las posibles críticas, seguía aferrándose a sus sueños. Y tenía, prácticamente, al mundo en su contra. Pero nuestros fracasos no estaban expuestos como lo está un cuadro en un museo al mundo, como lo estaban sus obras al público. Y sin embargo, nos atrevemos a colgarle a alguien el cartel de fracasado cuando nosotros también lo somos. Tal vez, simplemente, fue un incomprendido. No puedo evitar sentirme cercana a él ni sentir simpatía por él. En mi vida, la lista de fracasos es demasiado larga. Quizás, yo tampoco tenga talento a la hora de escribir, quizás la literatura sea otro mar en el que me ahogue, pero me hundiré con orgullo, sujetando el timón de mi barco con firmeza, sin renunciar a mis sueños. Me pregunto si no seré la hija de Ed Wood.
Puede que sea hija de Edgar Allan Poe, como suelo tener el atrevimiento de presentarme, usando el nombre de un genio. Eso explicaría mi gusto por lo siniestro, por los asuntos fantásticos, por meterme en la piel de un personaje que sufre; el interés por la crueldad y la obsesión que deriva en la locura humana; el pensamiento pesimista rodeado de un aura de tristeza. Y mi fascinación por el mundo de los sueños y la importancia que le doy a ellos y a una imaginación que parece que no descansa nunca.
O alomejor soy pariente de Tim Burton, y me columpie entre dos mundos, que viva en los coloristas y bellísimos paisajes de Big Fish de la mano de Edward Bloom y sus magníficas historias o en el gris y silencioso Sleepy Hollow, o que sea un bicho raro más de la ciudad de Halloween. Y que me sienta a veces como Eduardo Manostijeras y sueñe con pasearme por su castillo, al igual que sintió Burton, no puede ser una coincidencia. Ah, y su poderosa imaginación, su pasión por lo fantástico, por seres incomprendidos que la sociedad rechaza, su perfecto equilibrio entre lo macabro y lo tierno, su línea inocente, su alma de niño... Demasiadas coincidencias. Cuando en su película Bitelchús llamó a Lidya la hija de Edgar Allan Poe tal vez pensara en su hija perdida... Y volvemos a Poe. Porque Burton es otro admirador reconocido de Edgar Allan Poe, tan solo hay que ver su brillante corto de Vincent.
Y como decía, vuelvo a Poe. Y con Poe, podría saltar hacia Byron. Y meterme de cabeza en el romanticismo. Cada día es más evidente, también para ojos ajenos, mi espíritu romántico. Nunca he afirmado pertenecer a ningún grupo, a ningún movimiento; prefiero no etiquetarme y coger ideas e inspirarme de un lado y de otro. Pero supongo, que una parte de mí, pertenece a ese movimiento de siglos pasados. No hay duda, siempre seré una hija del romanticismo y ojalá pueda hacer honor a figuras como Byron o Poe.
Pero, ayer, hoy y tal vez por mucho tiempo, también me sienta la hija de Ed Wood.

Nada cuesta decir:
esa persona es, sin duda,
un infeliz, un pobre diablo,
el peor director de la historia del cine,
el peor de los padres,
el sujeto más torpe de este mundo,
el peor deportista de la tierra...
Y más si ya se encuentra
acariciando angora desde siempre,
si hace mucho que ha muerto.

No hay nada que resulte más sencillo
-ni que diga tan poco de nosotros-,
nada que cueste menos afirmar
delante de quien sea,
en presencia del cuadro horripilante
del que tan orgullosos nos sentimos,
delante de las copas y medallas
escolares, que no soportan ya
nuestras frases estúpidas, nuestra mediocridad,
nuestras fantasmagóricas quimeras.

Pero tampoco tú eres nadie.
Tus obras y tu vida son
como su vida, como sus películas:
una mezcla increíblemente absurda
de elementos extraños, inconexos.

También tú acabarás o has acabado
realizando los sueños de otro,
haciendo tonterías que a nadie importan,
profiriendo incongruencias.

Te echaron del trabajo.
Tus discos no vendían.
La presa que construiste se hizo agua
en la boca de los ahogados.
Tu novela no fue editada nunca,
tus hijos se drogaban.
Te engañó tu pareja o recibiste
la llamada que todos recibimos,
la que invariablemente notifica
el fin de la esperanza:
la grave enfermedad,
la irremediable muerte.

La llamada que te hace comprender
que no es posible el éxito,
que la muerte nos alcanza a todos
y quien vive fracasa.

José Luis Martínez

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ahora sí... José Luis es DIOS!!!

JOSÉ LUIS ES DIOS!

JOSÉ LUIS ES DIOS!!


^^ Es cierto, sehhhhhhhhhh!!

Y wehhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh
Tu texto tambien es Dios, pero eso no hace falta decirlo, dices demasiadas cosas que a pesar de que yo, por ejemplo, sé que son ciertas , mi fobia al fracaso me hace decir NOOOOOOOOOOOOOO DERRAPA, DERRAPAAAA CODIGO ROJOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO y así va... O_o Pero no me voy a poner a soltar paridas, este no es el sitio ni el lugar adecuado, y creo que acabo de hablar de más xD

Y wehhhhhhh que se te pase pronto el resfriiiiiiado que quiero que vengas pronto a la ducha, que ahora que ya hace calor podemos poner el agua fría para que haya contraste...(evil) mierda, no sale xDDD
I lof u Siiiiiiiiiiiiiiiiiis!!!!!!! Ven a la ducha con Filadelfiaaaaaa!

Tea Girl dijo...

Hola!

Lamento el retraso, pero esq apenas tengo tiempo para mirar el computer. Sé que me visitaste hace poco (y te lo agradezco).


Un beso



PD: Hasta pronto!