sábado, 7 de julio de 2007

Scarlett Johansson Gorda


Buscando por el google páginas sobre Scarlett Johansson, encontré un blog dedicado a ella que en una de las entradas, mostraba un artículo escrito por Carmen Posadas. En los primeros párrafos, en resumen, comenta que Scarlett está gorda, que tiene unas caderas anchas anticuadas, que solo le encuentran atractivo los hombres porque en realidad ellos las prefieren gordas y que quizás, lo único que tiene son unos labios gruesos (que también le disgustan) y cara de niña buena.
Me parece insultante que se escriban artículos de esta temática con la cantidad de enfermos por trastornos alimenticios que existen y cuyo número no para de crecer.
Por otra parte, me parece que esa señora debería o bien ver más fotos de Scarlett, o ver más películas suyas. Si sigue manteniendo que está gorda, creo que debería correr urgentemente a una óptica porque su vista está seriamente dañada. Uno de los aspectos que más me gustan del físico de Scarlett es que no evoca a la anorexia, a la delgadez extrema; es sensual, atractiva, bella y no es un saco de huesos andante. Ahora, en el caso hipotético de que estuviera gorda, ¿qué hay de malo en que los hombres la encontraran sensual y atractiva? ¿No sería eso un paso hacia delante con esa obsesión por los cuerpos perfectos que existe hoy en día?
Ahora, no quiero imaginarme la cantidad de chicas o mujeres que puedan tropezarse con ese artículo. Chicas que pueden estar ya acomplejadas por su físico antes de leerlo y, tras hacerlo, habiéndose comparado con Scarlett y dándose cuenta de que seguro que su báscula marca más que la de la actriz. Es un ánimo perfecto para superar sus complejos y aceptarse. Si Scarlett está gorda, ¿ellas que son?
Señora Posadas, hay muchísimas chicas que se operan para obtener un cuerpo como el de Scarlett Johansson. Hay muchísimas chicas que están más “gordas” que ella, y tienen un cuerpo estupendo y lo que menos necesitan es que se las llame gordas y que lean que es extraño que puedan atraer a los hombres. Voy a hacer una breve descripción física mía: caderas anchas (más que las de Scarlett), labios gruesos y no tengo ni un vientre plano ni unas piernas delgadas y bonitas. Así que, si Scarlett está gorda, yo estoy gordísima según su criterio. Que no es comprensible que mi novio esté conmigo y que le guste mi físico, a no ser que a él le gusten las gordas, claro. También le gusta Scarlett. Su teoría así se confirma, ¿no? Siento decepcionarla, también le gusta Avril Lavigne, una chica que está bastante lejos del adjetivo gorda (aunque Scarlett está a kilómetros también).
Por supuesto, tiene mucho sentido centrarnos en Scarlett solo para hablar de su gordura sin tener en cuenta que ella es actriz y que realiza su trabajo de forma estupenda. Pero eso no interesa. Interesa más asegurar que está gorda y criticar su físico y la atracción de los hombres por ella. No estoy a favor de la censura, pero no puedo apoyar la publicación de este tipo de artículos porque se falta al respeto y se puede dañar a muchos lectores. Pero eso no importa, es mejor hacer propaganda en contra de una mujer que triunfa y no solo por su físico, hacer un análisis de los gustos de los hombres y apoyar a las chicas delgadas. Claro que sí. Además, en todo tu derecho de hacerlo con ese físico tan esplendoroso que posees, ¿no Carmen? Ah, perdón, ¿molesta el comentario? ¿Que usted es escritora y tengo que juzgar su trabajo? Usted hizo lo mismo con Scarlett…y bueno, no sé como perdería más, si criticara su artículo o su físico. Y al contrario de usted, me parece fenomenal que atraigas a muchos hombres, porque estoy bastante cansada de prototipos de prejuicios en cuanto al físico que deberían de eliminarse ya para no permitir que más gente caiga en los infiernos de la anorexia y la bulimia. En fin, gracias Carmen Posadas por contribuir al fenómeno de la talla 34.

domingo, 1 de julio de 2007

Héroes

¿Qué pensaría un niño si viese a su héroe tirado en la calle, posiblemente ebrio, lamentándose por lo desastrosa que resulta su vida y proclamando que abandonará su clandestina profesión para seguir emborrachándose? O mejor dicho, ¿cómo se sentiría? Su modelo a seguir reducido a la vulgaridad de la debilidad humana, muy lejana a aquel elegante y fascinante heroísmo sobrehumano; destrozado, llorando y balbuceando como un niño que se ha perdido al soltarse de la mano de su madre y ya no la encuentra ni sabe cómo volver a casa. ¿Quién va a afrontar los problemas entonces? ¿En quién se fijará cuando necesite fuerzas para superar aquello que ve imposible por sentirse pequeño en un mundo demasiado grande? ¿Quién le resolverá las dudas y le ayudará si la fortaleza de su héroe se ha reducido a escombros? Se sentiría traicionado, decepcionado. Como si un católico muy religioso pudiera, de alguna forma, encontrarse con una prueba indiscutible de que su Dios no existe, que no es más que una invención de los humanos por el temor a estar solos en el mundo y a ser los dueños de sus propias vidas y de sus actos, deshaciéndose así de responsabilidades. Se sentiría perdido.
Probablemente, si ese niño ya crecido, cuando madurara y consiguiera superarlo, se topara de nuevo con su mito caído nuevamente, ya no sentiría rencor. Sentiría lástima, una lástima casi dolorosa por el fracaso que desprende ese pobre hombre que no ha sabido vivir ni asumir sus derrotas.
¿Y qué sucede cuándo ese héroe es tu padre?
Nunca vi a mi padre como un héroe, pero reconozco que cuando era más pequeña y también más ignorante, le admiraba. Le veía como a alguien demasiado distante, demasiado lejos de mí. Y me parecía un hombre muy inteligente, siempre andaba leyendo, cualquier cosa. Leía hasta las enciclopedias. Digamos que ese aire de desconocido que vivía en mi casa y su apariencia inteligente me ayudaron a crear una especie de mito que despertaba mi admiración por él. Claro, era demasiado pequeña como para ver realmente quien se escondía detrás de esos libros y si cuando hablaba lo que decía era cierto.
Entonces, crecí. Y en ese proceso de cambio, leí, empecé a pensar por mí misma, me informé sobre aquello que llamaba a gritos a mi curiosidad. Poco a poco, me di cuenta de que mi padre podía saber muchas cosas, pero eran simples datos que había memorizado o frases que había escuchado o leído de otros. Y que muchas veces, se equivocaba. No razonaba ni aceptaba opiniones ajenas, y cuando aportaba alguno de sus conocimientos en conversaciones, lo hacía con un deje de superioridad y una mirada expectante para ver la reacción de los ignorantes que le rodeaban. Supongo que lo que había aprendido era lo único de lo que podía presumir.
El tiempo y una serie de diferentes circunstancias me hicieron ver a mi padre derrumbándose ante el más mínimo hecho que alteraba la monotonía. Incluso los que no eran sucesos graves y solo requerían paciencia. La primera vez que vi a mi padre llorando desconsoladamente, me asusté. Las siguientes veces que lo he visto de esa manera, he continuado alarmándome. Ocasiones en las que yo he conseguido mantenerme serena y él ha sido un manojo de nervios e inseguridades. ¿Qué se supone que debía hacer? No podíamos cambiarnos los papeles, yo no podía asumir la condición de padre en mi familia cuando yo soy la pequeña. Nadie la ha asumido, es un puesto vacante. Es extraño cuando sientes que tu padre es mucho más frágil que tú y que puede romperse más fácilmente. Te deja completamente descolocada. Perdida. Como el niño que ve así a su héroe.
Un día, no hará mucho tiempo, yo estaba sentada en la misma silla que ahora, haciendo algo que no recuerdo pero que está relacionado con la pérdida de tiempo frente a esta pantalla. Me giré, sin motivo, y vi a mi padre sentado en el sofá, devorando con avidez un dulce como si no existiera nada más en el mundo, como si toda su vida dependiera de aquel alimento. Algo se rompió en mi interior, vi a mi padre como nunca antes lo había visto. Seguía observándole, como hipnotizada o atraída por una fuerza superior a cualquier resistencia que pudiera oponer, y él se levantó y se perdió por el pasillo, cigarrillos y cenicero en mano, andando con dificultad a causa de su dolorido cuerpo que sufría por su trabajo.
Fue como si en un instante, se desatara un diluvio terrible el origen del cual era una única nube que solo perseguía a mi padre y yo estuviera allí, contemplando el desastre sin poder hacer nada por evitarlo. No vi a mi padre, vi a un hombre fracasado, vencido por completo por la vida en incontables batallas. De pronto, todo lo que conocía acerca de la vida de mi padre, atacó mi cabeza como guerreros armados que dispararon sus flechas por sorpresa y al mismo tiempo: la pobreza de su infancia, un niño que no tenía ni juguetes, y los pocos que tenía, eran destrozados por sus hermanos pequeños recibiendo él el castigo por ello, siendo pegado por un abuelo al que nunca conocí; su interés por los estudios del que tuvo que olvidarse porque sus padres no podían pagárselos; toda su vida encerrado en el mismo cuarto de una fábrica, cobrando un sueldo más que mediocre por un trabajo duro y cansado, por el que sufría dolores, haciendo siempre que podía horas extra para no llegar tan asfixiado a fin de mes aunque nunca podía permitirse ningún capricho; su padre muerto; una relación horrible con sus hermanos, que estuvieron desde siempre fastidiando y a quienes a penas ve; su madre, ya vieja, que no hace nada más que acarrearle problemas y dolores de cabeza quejándose de la actitud de sus otros hijos y pidiendo a mi padre que hablara con ellos, lo cual siempre hacía que fuera mi padre el que saliera mal parado; para un verano que se va de vacaciones con mi madre, el segundo día uno de sus hermanos tiene un accidente de moto que faltó poco para resultar mortal y que amargó su viaje, por el miedo a no volver a verlo si moría y regresando antes de la fecha prevista; teniendo únicamente en este mundo a su mujer y sus dos hijas, una de las cuales, la pequeña, es una completa desconocida para él, que solo sonríe cuando está con otra gente, que se escapó un fin de semana de casa trazando una mentira, que él cree que es completamente infeliz y que no sabe que hacer para devolverle la sonrisa y solo siente que cada día la pierde más y más.
Era, sin duda, un fracasado. No había conseguido nada en su vida, solo problemas, disgustos, más motivos para desear marcharse de este mundo como alguna vez había manifestado entre sollozos. Y nuevamente, yo no supe qué hacer. Me sentía mal, me dolía y no me gustaba ser un motivo más de su fracaso. Si alguien me hubiera contado la historia de un hombre que fuera como la de mi padre, hubiera sentido mucha lástima. Pero era peor que lástima, o que simplemente no era solo eso. Porque no era un desconocido, era mi padre.
Muchas veces, después de aquel día, he vuelto a sentir lo mismo, quizás con menos intensidad y he pensado mucho en ello. Un niño superaría la caída en picado de su héroe, al fin y al cabo no mantenía lazos reales con él y cuando fuera adulto, incluso podría recordar su fanatismo con una sonrisa autocompasiva. Pero yo no puedo olvidar la desgracia de mi padre y lo que más me duele no es tener que vivir siempre ese dolor y esa impotencia, si no que él tenga que vivir con ello consciente de que es su propia vida la que siempre ha sido un mito en una decadencia imparable.